El club de los que apuestan a favor de las causas perdidas.


Desde que recuerdo, siempre he gozado de una especial predilección por quien tiene los momios en contra. Si se da cualquier tipo de competencia entre dos personas y a una de ellas, por la razón que sea, la desfavorecen sus condiciones muy particulares o las circunstancias de la vida, yo le voy a esa. Invariablemente deseo que gane el débil. 

En las fiestas de la adolescencia, cuando el típico mamarracho abusivo empezaba a maltratar al retraído enfrente de toda la sarta de aplaudidores, yo nada más deseaba con todas mis fuerzas que éste sacara valentía de no sé de dónde y le propinara un sorpresivo derechazo que lo mandara a la lona para beneplácito de propios y extraños. Y me imagino que a muchos nos pasa igual, por eso el placer que le causa a cualquiera la escena de Back to the Future donde George McFly por fin le parte la cara a Biff

Nunca he sido de irle al favorito, al famoso o al que lleva las de ganar: nada del América o el Real Madrid, ni de Los Lakers, los Yankees, Lewis Hamilton o ahora Verstappen (a Senna sí, en su momento, por aguerrido). Incluso el mainstream musical me sabe mal: Coldplay, Bad Bunny (apenas el sábado escuché “Otra noche en Miami” y me quedé idiota de la letra tan estúpida, una de las más tontas en la historia de la música, sin duda), Dua Lipa. Si acaso, alguna vez le fui a los Vaqueros de Dallas. Pero ya ni siquiera soy tan fanático del futbol americano, de tanta gente que lo ve. Soy llevado de la contra, como me acusa mi mujer.

Y qué decir de la vergonzosa Liga Mx, donde con tres partidos dicen que ya están enrachados y pueden pasar del sótano al primer puesto. Desde hace varios años dejé de seguirla y perdí incluso la curiosidad de investigar los marcadores de mi Necaxa. Cómo es que le atrae a tanta gente un espectáculo sin espectáculo, donde a los equipos de segunda división les restringieron el derecho a ascender, un torneo en el que resulta imposible atestiguar gestas de antología como en la Premier League, con aquel Leicester City de 2016 que derrotó, con su modesto presupuesto, a los imbatibles y los multimillonarios de siempre. 

El deporte es una de las poquísimas canchas de la humanidad en las que tenemos la posibilidad de constatar a la luz de los reflectores los milagros. Por eso, este Mundial de Catar (que tampoco me provoca tanto revuelo) permaneceré afiliado al club de los que apuestan a favor de las causas perdidas, y mi quiniela va para Dinamarca.

Estoy en FB, Twitter e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.

Columna publicada en el periódico El Universal.

 


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