A la barrera… Todos listos… ¡Arrancan!


Alguna vez pensé que invocar los buenos momentos y las sensaciones gratificantes del pasado cuando estás atravesando una época de desabasto generalizado donde todo parece perdido, podría ser una manera de traer de vuelta la bonanza personal y la satisfacción al presente. Revivir las situaciones gratas en la mente y reactivar aunque sea en la imaginación esos sentimientos, es un modo de reconectar con la frecuencia positiva. Quizá para eso sirvan de cierta forma las anécdotas, para abrir una puerta interdimensional por donde puedan regresar a nuestras vidas los buenos tiempos.

Ahora que estoy en pausa y sumo mi sexta semana sin correr, me puse a hacer un recuento de los instantes más extraordinarios que me ha dado esta disciplina. Surgió, antes que ninguno, la primera carrera interescolar en la que participé a mis doce años inmediatamente después de comerme un hot dog especial con queso que por poco vomito tras cruzar la meta en tercer lugar. Al subirme al podio alcancé a ver que en mi futuro habrían muchos más kilómetros.

Destacaron, por supuesto, mis maratones. Desde aquel con que me estrené y que no sé cómo me atreví a correr con semejante preparación, hasta el último, que conseguí terminar con una gran sonrisa. En el trayecto apareció mi familia con sus porras y ánimos. Sentí asimismo la fortuna de haber corrido en tantas ciudades del mundo, y toda la inspiración, las ideas e, incluso, las letras de canciones que han llegado a mí mientras troto.

Pero de pronto, curiosa e inesperadamente, de los confines de mi memoria se abrió paso a todo galope un recuerdo inusitado de mi adolescencia: un día de vacaciones con mis amigos de la escuela en el Hipódromo de las Américas. Ya bien envalentonados con unos tragos, apostamos a ver quién se atrevía a bajar a la pista para darle una vuelta completa al óvalo, mientras jinetes y caballos se preparaban para la séptima carrera de la tarde.

Si no lo hubiera vivido, no lo creería (ya ni estoy seguro qué tan cierto fue). La gente no daba crédito, se oían los gritos desde las gradas y los palcos, los vítores y también los abucheos, y nada más faltó que nos siguiera la ambulancia de cerca y que la voz oficial hubiera narrado la carrera. Cual Rocinante, Siete Leguas y Pegaso salimos a toda velocidad, pero pronto los pies se nos comenzaron a enterrar en la arena y, cual burros cansados, apenas logramos terminar.

Será que las tonterías pretéritas sirven también para hacer brotar sonrisas en días apáticos.

Estoy en FBTwitter, IG y LinkedIn como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.

Texto publicado en la columna “Don’t Stop me Now” del periódico El Universal.

 


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