El flamingo danés.


Le voy a Dinamarca desde antes del colapso de Cristian Eriksen, quien conmocionó al mundo del futbol cuando perdió por unos minutos la vida tras ir a su habitual encuentro con el balón. Sin saberlo, acabó más bien tocando las puertas de la dimensión desconocida, en la que nos introdujo a todos.

Lloraron su mujer, su amigo y capitán de su selección, los rivales finlandeses, el árbitro, las gradas, quienes veían el televisor en los otros cuatro continentes mientras le daban reanimación cardiopulmonar. Lloré yo y estoy seguro que igualmente El Flamingo.

Allá por 1990, Enrique González Contreras nos daba clases de literatura a una horda de adolescentes insolentes y malcriados en tercero de secundaria. Llegaba puntual al salón con su café y su boina, dejaba su portafolios en el escritorio, cogía el gis y en la parte superior del pizarrón apuntaba una cita célebre distinta cada día.

El Flamingo

Entonces descansaba la rodilla derecha en la mesa y su pie quedaba suspendido en el aire. «Buen día, caballeros», decía sostenido en su pierna izquierda y por fin rompía ese halo de excéntrico silencio que —de cierto modo— lo protegía de tanto mini rufián. Una cosa parecida a la que sucedía con el profesor John Keating en “Dead Poets Society”, o con Clément Mathieu, el entrañable maestro de música en “Les Choristes”.

Convertido en un flamingo humano, los primeros minutos de clase los dedicaba a escuchar nuestras interpretaciones de esos aforismos que anotaba, mismos que el profesor de álgebra borraba presuroso llegado su turno, ignorando que aquellas frases constituían también fórmulas.

El Flamingo (conocido asimismo como “Tex” en las aulas) despertó en mí el gusto por las letras, por desmenuzar frases y construirlas, por leer historias… y por Dinamarca. Ese hombre, bien mexicano pero de acento extravagante, profesaba un genuino e inusual amor por el país escandinavo. Desconozco qué le atraía de tan lejana tierra, si sus escritores, sus mujeres o la utopía, pero durante el Mundial de Italia ‘90 su camisa blanca transparentaba el jersey danés que portaba debajo con incuestionable patriotismo.

Es misterioso como en un instante podemos amar algo o a alguien sin siquiera conocerlo. Desde entonces deseo que gane Dinamarca, que le dé una sorpresa al mundo, que nos devuelva a todos la vida y la fe en las mínimas posibilidades. Por quien resucitó, por su esposa, por los daneses y por El Flamingo.

Si usted lo conoce, extiéndale por favor mis saludos y este texto en su honor y con mi gratitud.

Estoy en TwitterFB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.

Columna publicada en el periódico El Universal.

Allá por 1990, Enrique González Contreras nos daba clases de literatura a una horda de adolescentes insolentes y malcriados en tercero de secundaria. Llegaba puntual al salón con su café y su boina, dejaba su portafolios en el escritorio, cogía el gis y en la parte superior del pizarrón apuntaba una cita célebre distinta cada día.


comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *