Mexicano casi pierde la vida en Suiza, pero reencuentra la razón para vivir: el amor.


Despertó en el hospital deslumbrado por la luz del otoscopio. Con las yemas de los dedos, la doctora abrió cuidadosamente su ojo derecho para observar sus reacciones. El izquierdo estaba completamente cerrado por el tremendo golpe. Horas antes, Emilio Cano (ultramaratonista y aventurero mexicano, de quien ya escribí antes) se encontraba esquiando en el Glaciar de Corvatsch, en St. Moritz, Suiza.

Emilio Cano accidentado.

Era 26 de diciembre. Giselle, su esposa, lo esperaba desde las 13:00 hrs. en el restaurante donde comerían. Ese día ella quiso descansar un poco mientras él disfrutaba de uno de sus deportes predilectos. Tras dos años confinados en Australia, donde viven desde 2010, decidieron pasar las fiestas decembrinas en Europa. Desde que se conocieron, Emilio nunca llegó tarde a ninguna de sus citas. Algo andaba mal.

Glaciar Corvatsch, St. Moritz, Suiza.

Media hora antes, un esquiador quién sabe de qué sexo, edad y nacionalidad, lo vio inconsciente sobre la nieve, convulsionándose en medio de un charco de sangre proveniente de su casco. De inmediato llamó al ski patrol y estos pidieron enseguida un helicóptero que lo trasladó al mejor hospital de neurociencias del país que vio nacer a Roger Federer.

El helicóptero de emergencias que trasladó a Emilio.

Sir, what is your name?”, “What day were you born?”, “How many fingers you see?”. Doctores y enfermeras trataban de despertar a Emilio en el cuarto de terapia intensiva, hasta que por fin lo vieron más alerta y una de ellas tomó el celular que encontraron en su chamarra y llamó por Facetime a Giselle. Con mucho tacto, apuntó a la mitad que se veía bien de su rostro, conforme le pedía que la saludara.

Emilio Cano en estudios neurológicos.

No se acuerda de nada de eso ni de cómo acabó así. Salió a los cinco días del hospital y cada que despierta tampoco recuerda bien lo que hizo ayer. El asunto de la memoria y los recuerdos es enigmático. Conocí una vez a un señor que vivía una depresión aparentemente incurable, hasta que le dio una infección en el cerebro que —resumiendo la historia— acabó por borrarle incluso esos males. El caso de Emilio es distinto, pues él destaca por optimista.

«Los doctores me advirtieron que experimentaré lapsos de amnesia de corto plazo. Aun así decidí seguir con el viaje. La vida debe continuar, más cuando se trata de viajar».

Giselle y Emilio (y una cabra) un día antes del accidente.

Emilio me cuenta que ha recibido cientos de mensajes de solidaridad y que todo esto le hace pensar en una frase de Sasha Sagan en la película “Contacto”: “El universo es enorme y los humanos somos seres diminutos, y para criaturas tan diminutas la inmensidad es soportable sólo a través del amor”.

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Columna publicada en el periódico El Universal.


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