La historia del mexicano que murió y resucitó en el maratón de Battersea, Londres.


Paulino Romero llevaba un par de años planeando la celebración del cumpleaños número 50 de Diana, su esposa: un crucero de ensueño durante tres semanas por el Mediterráneo.

Volaron a Ámsterdam, donde Paulino abordó otro avión a Londres para correr el maratón de Battersea Park (a los maratonistas nos encanta planear nuestra vida alrededor de los maratones), un circuito que nada tiene que ver con el Maratón de Londres —pero que es más plano aún— y el cual se extiende por ese parque y sus alrededores. Una carrera muy local en la que Paulino pretendía mejorar su marca personal para encontrarse el día después con su mujer en Bilbao y zarpar juntos con sus copas de champagne y su medalla colgada al cuello.

Paulino, listo para correr aquella mañana, sin saber lo que le sucedería

«Muchas veces imaginé que mi muerte ocurriría al correr un maratón. Y no me disgustaba la idea, te confieso», se sinceró hace unas semanas que nos encontramos en el mismo lugar donde nos conocimos, precisamente corriendo, hace ya un buen tiempo. «Al contrario, me parecía una muerte épica».

Y le sucedió. En el kilómetro 38, a un buen ritmo y con posibilidades de romper su récord, súbitamente se desvaneció.

Junto a él, como enviada del cielo, corría también Kat McVicar, asistente del director médico del maratón. Al verlo en el suelo, se frenó, sacó su celular e hizo la milagrosa llamada. Los socorristas no detectaron pulso ni latidos —estaba sin vida—, y con sus manos le hicieron maniobras de resucitación.

No hubo éxito y no fue sino hasta seis minutos después de la mismísima eternidad —cuando llegó el desfibrilador— que a la primera descarga volvió a funcionar su corazón. La respiración tardó todavía dos minutos más en regresarle.

Ni Diana ni sus hijos —que desde donde estaba cada uno trataban de dar con su paradero— tenían señales ni rastro suyo, hasta que ya bien avanzada la madrugada —casi doce horas después—, recibieron una llamada de la policía londinense. Lo habían localizado en el St. Thomas Hospital, donde permaneció cinco días intubado y en coma inducido para disminuir el riesgo de daños.

Al abrir los ojos, lo primero que Paulino vio fue a Diana y al majestuoso edificio del Parlamento del Reino Unido.

La vista de su habitación en el hospital

—No existía mejor vista que la de mi habitación ni en el mejor hotel de Londres —me contaba con una sonrisa irónica mientras al lado nuestro pasaba un corredor con una bocina y Dancing in the Dark, de Bruce Springsteen, como un mensaje submilinal a todo volumen que quedó grabado en la nota de voz de la entrevista y que no me canso de reproducir.

En la vida las coincidencias no existen. Y, al parecer, tampoco en la muerte. ¿Qué habría sido de Paulino si aquel inevitable y fulminante infarto por obstrucción de la arteria lo hubiera sufrido en su casa? ¿O en una carrera en México? O donde ustedes digan.

—¿Y por qué piensas que no te fuiste, Paulino? —le pregunté—. ¿A qué crees que te quedaste?

—A disfrutar de lo sencillo, Paco. Créeme que después de esto yo te puedo decir que en realidad nada es importante, nada importa, nada es tan grave. Sacar adelante a la familia, ayudar a otros en la medida de tus posibilidades y pocas cosas más. Tenemos prestada la vida, hoy estamos aquí y mañana quién sabe. Toma un instante que nos vayamos, y a cualquiera puede pasarle. A mí, que jamás lo pensé, me pasó.

—Pues sí… —y me quedé pensando.

—¿Y sabes qué?… —me miró fijamente e hizo una pausa—. Lo pensé bien y ya no me gustaría volver a morirme en un maratón. No es tan épico y, sobre todo, no está padre morirte solo. Nada padre.

Paulino y yo

* * *

Messages keeps gettin’ clearer / Radio’s on and I’m movin’ ’round my place / I check my look in the mirror / Wanna change my clothes, my hair, my face / Man, I ain’t gettin’ nowhere / I’m just livin’ in a dump like this / There’s somethin’ happenin’ somewhere / Baby, I just know that there is

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Estoy en FBTwitter, IG, LinkedIn y todas las redes como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.

Texto publicado en el periódico El Universal.


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