Yo fui de los que no corrieron de principio a fin.


When you were young and your heart
Was an open book
You used to say live and let live
(You know you did)
(You know you did)
(You know you did)*

Yo fui de los que no corrieron los 42 kilómetros completos del maratón de la Ciudad de México. Empecé en el kilómetro 39, a la altura de Plaza Inn. Ahí esperé al líder, el keniano Titus Ekiru, y grabé sus zancadas fugaces con una GoPro. Rompió el récord.

Cronometrar 2:10:38 en el otrora DF es una auténtica proeza. Incluso en Twitter salió algún ingenioso a decir que los chilangos ni en coche conseguimos cruzar esa distancia en ese tiempo. Enseguida varios se apropiaron el chiste sin darle crédito al autor y al rato circulaba ya también por todos los muros de Facebook junto a las fotografías de todos los que presumían sus medallas, 27,544 merecidas y, el resto, patito.

“Va para allá el puntero, ponte listo que en unos siete minutos entra al estadio”, avisé  por teléfono a Rubén, quien estaba a cargo de otra de las cámaras en la meta del Olímpico Universitario para captar al ganador romper el listón y abrir la puerta de la dimensión de la gloria a los miles de corredores que lo seguían.

Teníamos la tarea de producir el video del maratón. A Iván le tocó cubrir el km 17 en el Soumaya, a Fernando el Zócalo, y a mí Insurgentes, así que del kilómetro 39 me fui al 34 y ahí me uní al río de gente. Quería estar cerca y grabarlos, por eso llevaba mi número. Conseguimos escenas espectaculares, historias de película en las que deberíamos concentrarnos y no en los corredores que no completaron los 42.195 kilómetros. 

Hablemos mejor del hombre que impulsó de principio a fin su patineta con las manos porque no tiene piernas; de la mujer en silla de ruedas que casi desfallece en el 40 pero que sacó fuerzas de donde te transportan las respiraciones hondas, y continuó; del que acabó exhausto y alzó los brazos al cielo porque dice que ahí está su hijo por el que corrió; del que iba descalzo y con un pesado collar metálico, como expiando una culpa tremenda; de la mujer de 70 años y del hombre de 80 que concluyeron la reina de las pruebas y que todos quisiéramos ser en el futuro.

En estos días he visto grupos de corredores en Facebook (y ya no se diga personas que ni siquiera corren) dedicados a exponer a los tramposos en lugar de exaltar las hazañas de sus miembros y contarnos sus historias. Eso sería más inspirador que acusar a una mujer en las redes sociales y con la empresa donde trabaja porque “actuó mal”. ¿Qué caso tiene? ¿Qué está bien, qué está mal?

El bien y el mal son conceptos muy amplios que caben a distintas escalas en cada ser humano.

Finalmente, el maratón y la vida son carreras contra uno mismo en las que cada quien sabe por qué hace las cosas y donde cada uno carga con su propia gloria, con sus penas, con su fanfarronería y sus culpas, como el corredor descalzo que cruzó la meta con los pies ensangrentados y con una sonrisa de alivio. “¡Ya te liberaste, hermano!”, alguien se atrevió a decirle y rompió a llorar.

Aquí el video que hicimos, aquí unas pocas de esas historias:

Y no se trata de jugar a la campaña de Peña Nieto de taparnos los ojos ante lo malo y cacarear simplemente lo bueno, sino de primero revisar bien quién hizo realmente trampa y, después, de darle su justa dimensión a esos charlatanes que se brincan kilómetros a lo Madrazo por razones o motivos que únicamente ellos saben, conocen y entienden —la mayoría, efectivamente, sin otra justificación que presumir algo que no les corresponde—. Hay que quitarles el protagonismo y la importancia, y una manera es no prestarles atención y otorgárselas en cambio a quienes la merecen.

Estoy, por supuesto, a favor de acabar con los tramposos, y no nada más con los que dizque corren, sino con todos los que se cuelgan medallas que pertenecen a otros, por ejemplo, tantos falsos periodistas y portales de información y entretenimiento que se piratean notas, fotos, investigaciones y videos que provienen de otros, y que no son ni para mencionar a la fuente original o al autor verdadero a pesar de que lucran —y bien— gracias a ellos. O a los tramposos que se saltan las filas de coches para salirse del Periférico, o a los papás que en eventos deportivos registran a sus hijos en categorías inferiores con tal de que ganen, o a los servidores públicos y políticos que se robaron dinero de las donaciones del terremoto y del erario. Pero encontremos formas, mecanismos y procedimientos eficientes para ahuyentarlos, el cuadrilátero de las redes sociales no les asusta mucho y los demás sólo acabamos agarrándonos a sillazos.

What did it matter to ya
When you got a job to do you got to do it well
You got to give the other fella hell*

Twitter: F.J. Koloffon
FB: /FJKoloffon
Contacto: fjkoloffon@fjkoloffon.com
Columna publicada en el periódico El Universal.


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