Los mundos desconocidos.


En medio de una junta con varios escritores que estamos trabajando en una nueva serie de televisión para Fábrica de Cine, de pronto volteé veinte años atrás y me vi en otra sala de juntas, rodeado de otros abogados que trabajábamos de traje y corbata en una estrategia para cerrar la filial mexicana de la principal compañía hulera del mundo por los altos costos de su contrato colectivo de trabajo.

[Escuche Clair de Lune mientras sigue leyendo...]

Recuerdo mi primer día como pasante en aquel monstruoso despacho, mi entrada a esos mundos desconocidos de las leyes y el corporativismo. Estaba aterrado cuando crucé la puerta, la angustia en mi estómago superaba la emoción que suele provocar lo nuevo ahí mismo, en las entrañas, y peor aún cuando pusieron sobre el escritorio de mi caballeriza la montaña de expedientes a los que tendría que abocarme aun cuando no tenía la menor idea de lo que trataban. 

“Correr me salva la vida”, comentó una de las escritoras y me devolvió de golpe a la mesa de escritores. Hay palabras muy particulares que cada quien lleva insertas en sus profundidades y cuya súbita resonancia en el exterior resulta como el sonido de una campana que nos trae de vuelta al presente, palabras que son como portales que nos conducen de regreso a nosotros mismos. 

Mis pasadizos semánticos son, precisamente, “correr”, “escribir”, “historias” y, por supuesto, “música”, que, como bien cuenta Jordi Soler en “La armonía secreta”, nos transporta a zonas perdidas de nuestra memoria y nos pone en contacto con nuestra historia personal; nos hace no solo recordar, sino establecer una conexión directa con la armonía secreta del cosmos. Una canción es capaz de modificar nuestro entorno y ordenarnos, es una máquina del tiempo o un sublime callejón al alma. 

Mientras escribo estas líneas y escucho repetidamente “Clair de Lune” de Claude Debussy, simultáneamente recorro de nueva cuenta los mundos desconocidos por los que tuve que atravesar para poder sentarme hoy en esta mesa de gente que inventa historias que se toma tan enserio como los abogados los problemas. Ahí está el negocio y el éxito de cualquier oficio o industria: en creer. “Cuando corro resuelvo dilemas, encuentro finales a mis historias y transpiro la ansiedad del día a día, de los pendientes”, prosiguió la escritora. “Pero, sobre todo, cada mañana al terminar de correr vuelvo a creer otra vez en mí”.

En concierto.
En concierto.

Yo también, gracias a que corro, encontré la valentía para cruzar las distancias que me separaban de esos mundos desconocidos a los que tanto deseaba pertenecer pero que me parecían tan lejanos cuando usaba corbata y saco: la música, la publicidad, la escritura. Quienes tenemos la fortuna de haber descubierto en nuestro crucigrama interior las palabras escondidas, no tenemos otra que tomar vuelo y saltar al aparente vacío. 

Corran, adéntrense en su propio laberinto, encuentren sus palabras y permitan que estas a su vez los conduzcan a otras hasta llegar cada uno a su significado.

Que la fuerza esté contigo.

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Bienvenidas sus historias.
Columna publicada en el periódico El Universal
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