Las personas que chocan en las banquetas.


Más allá de la casualidad y lo chusco, chocar con una persona al caminar por la banqueta o en cualquier sitio, siempre me ha parecido muy enigmático. ¿Cómo es que siendo este mundo tan amplio, de pronto dos personas como salidas de la nada van a estamparse? 

Sería fascinante ver una película de todas las colisiones pedestres captadas por las cámaras de vigilancia de las ciudades. Yo aparecería el sábado, sobre Avenida de los Insurgentes, en mi encontronazo con otro corredor en la esquina de Pasadena, en la colonia Nápoles de la Ciudad de México. 

Corre.

Venía contrasentido sobre el carril de las bicicletas, rumbo al sur, de regreso a casa luego de dar una vuelta por la Condesa. Me bajé unos instantes de la banqueta para evitar a una familia que entraba muy temprano a un restaurante. Proseguí unos metros por la ciclovía, sin ciclistas a la vista que me amenazaran. En cuanto pasé el kiosco de periódico me devolví de un salto a la banqueta y a punto estuve de impactar al colega corredor, a quien esquivé de suerte.

Lo más común en situaciones así es que sonría con la otra persona, sobre todo si se da esa especie de danza involuntaria de la que los involucrados solemos tratar de escapar a toda costa. Tan fascinante que es tirar ambos al mismo lado, y acto seguido al otro, hasta estrellar irremediablemente los cuerpos, como dos astros celestes que coinciden como un milagro en la vastedad del Universo. 

“¿Qué hay detrás de estos encuentros involuntarios?”, me pregunté al reemprender el paso tras salir ileso de la cita con aquel extraño, quien, lejos de actuar amable o de articular un “buenos días”, lució molesto por habérmele cruzado intempestivamente en su camino hacia quién sabe dónde. 

Quizás se trataba de un machoman y pensó que yo era gay cuando notó que debajo del cubrebocas sonreí. A lo mejor todavía olía a los ajos que me comí el día anterior con mi arroz chino. Tal vez tenía miedo de la pandemia, no lo sé. De lo que sí estoy seguro es que las colisiones humanas tienen un porqué. Si la energía de dos personas se atrae en plena calle al grado que casi chocan, hay que averiguar el nombre y la posible causa: el amor, un negocio, un contacto, la suerte, un mensaje, una oportunidad; tantas cosas que transportamos para los demás y nosotros ni idea. 

Estoy en TwitterFB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería.

Columna publicada en el periódico El Universal.


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