La enfermera que quería ser corredora y se convirtió en astronauta.


Mis papás se contagiaron de Covid-19. Primero llegó mi papá al hospital, una semana después tuvimos que llevar a mi madre, pues su oxigenación también bajó. Es muy difícil dejar a alguien que quieres en el hospital con este virus, pues no existe la certeza de que vaya a salir caminando por la puerta de salida. Despedirte de dos seres amados al interior de Urgencias, nunca lo vi ni en ninguna película.

Al principio mantuvimos contacto con mi papá a través del teléfono. Todos los enfermos por coronavirus deben permanecer solos, sin visitas y sin nada más que sus accesorios de limpieza y, con suerte, el celular. Nos escribíamos por WhatsApp y de repente nos marcábamos. 

—¿Cómo están vestidos los médicos y enfermeros? ¿Se te acercan mucho o no tanto? —le pregunté intrigado en una de nuestras llamadas.
 —Están vestidos como astronautas —me respondió impresionado—. Mujeres y hombres, como si fueran a ir a la Luna.
—Si puedes, tómale una foto a la enfermera, a la que te contó que de chica practicaba atletismo.
 —Ah, sí, a Kely. Ahorita le digo, está aquí justo.
—Dile de mi parte que es una valiente.

Tal cual se lo dijo, yo escuché. Y Kely le respondió que al principio les daba miedo contagiarse, pero que ya se habían acostumbrado. Unos días antes, cuando él orgullosamente le contó que su hijo tenía una columna en la sección de deportes de un periódico, ella le confesó que de adolescente quería ser corredora. 

Kely, la enfermera que quería ser corredora y se convirtió en astronauta.
(Foto: Francisco J. Koloffon Duncan)

Las oficinas están llenas de gerentes a quienes más bien les gustaría ser directores de orquesta. Todos conocemos a un financiero que soñó con ser explorador, o abogadas que deseaban ser bailarinas, a ejecutivos y obreros que morían por el futbol. Lo que nunca imaginaron los doctores, enfermeros, camilleros y laboratoristas —que de niños jugaban a ser lo que fuera menos a usar una bata blanca—, es que un día se convertirían en auténticos astronautas. 

Ahí van con sus trajes espaciales —unos dando saltos, otros driblando rivales, inventando melodías, coreografías, pinturas, corriendo 100, 400 metros o a pas couru— por las habitaciones y las salas de terapia intensiva, en un viaje por este universo desconocido en el que se aventuran a diario y del que tampoco saben a ciencia cierta si saldrán ilesos. Han acompañado últimamente a muchos pacientes a su cosmos interno antes del viaje final. A otros les han devuelto la vida, más años, la esperanza.

“No le he visto la cara a ninguno, todos podrían ser el mismo”, me comentó mi papá por el teléfono previo a apagarlo para abordar esa cápsula que esperamos lo traiga pronto de regreso de su odisea, para que nos vuelva a contar a toda la familia qué quería ser él de niño. 

A mi madre la dieron de alta ayer. Por protocolo, los internados por Covid-19 deben salir en silla de ruedas. Cuando la vi cruzar la puerta de salida, mientras ondeábamos nuestras manos y se nos escurrían las lágrimas, recordé que a ella le habría gustado ser patinadora artística. 

El mundo es otro, pero nosotros siempre seremos los mismos. No importa que hayamos olvidado quién deseábamos ser, llegará el día en que nos demos cuenta que simplemente se trata de existir para que los demás existan. 

Estoy en TwitterFB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería.

Columna publicada en el periódico El Universal.


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