El hombre que caminó más de 1,500 kilómetros dentro de una celda de dos metros cuadrados.


Al principio creyó que se trataba de un error. Cuando manejaba de regreso de dejar a su hijo en el kinder, una camioneta con los colores y el escudo de la policía le cerró el paso en una calle estrecha de una ciudad que podría ser cualquiera de este revuelto país. Enseguida, ocho individuos vestidos de militares le apuntaron a la cabeza con rifles de alto calibre.

Hacía apenas una hora, El Chorro —así conocido entre su gente— acababa de darle gracias a la vida por tanto. Al despertar, todavía en piyama y con su café en mano, abrió las persianas y miró orgulloso su jardín y los árboles que recién había sembrado con sus propias manos. Cumplían cinco meses en la casa nueva, tenía un nuevo trabajo y una familia a la que amaba por encima de todo. Rara vez establecía comunicación con el dios en el que hoy cree con más fuerza y certeza que nunca, pero aquel instante se sintió inusualmente pleno y le agradeció: “Gracias porque tengo más de lo que necesito”.

Pero a veces el destino es irónico y, a plena luz de la mañana, ante los ojos atónitos y mudos de tantos automovilistas, se lo llevaron. No sabía si se trataba de un arresto, de un secuestro, de un error o de una pesadilla. Solo supo que debía cooperar, su voz interna le decía. Afortunadamente nunca dejó de escucharla, no obstante el estruendo de los narcocorridos 24 x 7 durante los 290 días que permaneció en la jaula de dos mts².

Celda similar a la de El Chorro
Celda similar a la de El Chorro

Los secuestradores tardaron más de un mes en ponerse en contacto con su apesadumbrada familia. Los primeros días, El Chorro daba por hecho que sería rescatado rápido, pero afuera su gente no tenía pistas. Sin embargo, como si la memoria fuera una especie de mapa sutil que se nos revela en situaciones críticas, en el instante que asumió la posibilidad de permanecer encerrado ahí quién sabe cuánto tiempo, enseguida comenzaron a brotar en él recuerdos que terminaron por salvarle la vida.

Como si hubiera sido ayer, El Chorro se vio husmeando en los estantes de la biblioteca de su madre, cuando a los 14 años encontró un libro cuyo título lo atrajo ipsofacto: “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl. Frases y párrafos enteros de aquella obra, que hoy regala a diestra y siniestra a sus parientes y amigos en sus cumpleaños, se encontraban archivados en sus profundidades y milagrosamente resurgieron en esa celda: “El hombre que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”, y ese por qué para Frankl y para Alberto era el sentido. «Si quieres pelear para sobrevivir, entonces debes tener bien claro el porqué, y eso significa tener un sentido para vivir... Por mí familia y, especialmente, por mí», se repetía hasta caer dormido a pesar del escándalo con que lo torturaban.

Del mismo modo vinieron a su mente imágenes muy claras de su papá, quien, cada que atravesaba una crisis personal o de oficina, se ponía a hacer ejercicio en la banda elíptica. Así se despejaba y cogía fuerza para enfrentar problemas muy complicados. Decía que le servía para pensar claro y, mientras más difícil y dolorosa le resultaba una situación, más rápido corría.  «Así que, tratando de conectar con mi padre, imaginándome que él afuera estaría en la banda sudando como loco, decidí hacer lo mismo, ajustado a mis propias circunstancias».

Finalmente se acordó, de manera inexplicable y casi palabra por palabra, de la conferencia de Bosco Gutiérrez Cortina a la que acudió meses antes por azares de la vida. Bosco logró escapar de sus propios captores en 1991 tras 257 días de cautiverio:

«Lo que me mantuvo vivo fue hablar con Dios, no culpar a los demás de lo que me ocurría y, por supuesto, hacer ejercicio».

El Chorro hizo caso y se fijó una rutina. En aquel diminuto espacio donde apenas cabía dormido, empezó a hacer sentadillas y a caminar a paso veloz en pequeños círculos. No tenía condición física, empezó con media hora y se agotaba. Calculaba el tiempo según el número de (narco)canciones. Luego trataba de quitarles su atención, pues con tal escándalo le resultaba muy complicado mantener contacto consigo y es en medio de esa soledad aguda cuando somos más vulnerables. El hombre es capaz de resistir todo menos la soledad absoluta, solos en nuestra inmensidad es fácil enloquecer.

Celda aislada (mismas dimensiones)
Celda aislada (mismas dimensiones)

«Me inventé otros ejercicios aeróbicos y daba vueltas como león enjaulado en mi celda. Una vez, ya casi al último, caminé seis horas; tal vez lo que habría tardado en completar un maratón… o en llegar a casa con mi familia. Si diario anduve siete kilómetros promedio, calculo que sin problemas superé los 1,500 kilómetros en mi diminuta jaula de dos metros. Imaginé todo tipo de circuitos, escenarios y rutas, y me prometí que si salía con vida de ese agujero correría un maratón en forma, con un número en el pecho, con el corazón expectante de ver y abrazar a mi familia al cruzar la meta. Posiblemente comience a entrenar este mismo año (2020).

»El ejercicio me mantuvo activo y cuerdo, el sudor me revitalizaba, me llenaba de endorfinas incluso en esa horrible cueva. Estuve activo, sano, lúcido y, por increíble que suene, libre. La parte buena de estar inmerso en una muy mala experiencia es tu capacidad para cambiar y descubrir esa fuerza interior que desconocemos».

No cabe duda, el cuerpo encuentra su salud en el ejercicio, en dar vueltas, en fortalecerse, mientras que, el mejor ejercicio para la mente, donde radica su fuerza y salud, está en aligerarse y no darle demasiadas vueltas a las cosas.

«Cuando salí supe que mi padre no hizo ejercicio durante mi cautiverio. El dolor, la impotencia y la incertidumbre que sufrió con mi ausencia lo rebasaron».

—Vamos a hacer ejercicio, papá, por el simple gusto, porque estamos vivos y para hablar —le propuso El Chorro—. Vamos a pasear, vamos a hacer camino juntos.
—Vamos —le respondió sin dudar y fueron ya dos veces al Camino de Santiago, donde El Chorro se emociona de contemplar a tanta gente compartir una misma ruta en distintos sentidos, el que cada uno busca para seguir adelante con su vida con la mejor cara posible.

Estoy en Facebook, Twitter e Instagram como: @FJKoloffon

Columna publicada en su versión reducida por el diario El Universal.

El hombre que quizá completó un maratón en una celda
El hombre que quizá completó un maratón en una celda

 


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