Cosas que hacer antes de que el mundo se acabe.


Un virus microscópico paraliza a un planeta de 148,9 millones de kilómetros cuadrados. Los glaciares se parten a la mitad y, paradójicamente, cada vez tenemos menos agua. Terremotos, volcanes que hacen erupción, bosques que arden. Pero el principal problema de la humanidad es que los corazones ya casi no se incendian. 

Antes de que el mundo termine de colapsar, realice dos o tres cosas de esta lista para sentir ese fuego elemental. Tal vez nos mantenga vivos:

  1. Explote con la persona que le provoque descargas eléctricas.

Sí, hay almas que al menor contacto estallan. La cosa es que, si antes era difícil coincidir, ahora, con esto de la distancia, es… todavía posible. Pocos lo saben, pero en algún lugar de la galaxia siempre existe un ser con quien la menor fricción nos producirá chispas. Pasa que vas al cine por primera vez y el simple roce de su brazo con el tuyo detona una descarga eléctrica que recorre como un rayo tu columna y enciende tu espíritu. Ahí, en el descansabrazos, ¡pum!, ¡el big bang!, un agujero negro en el estómago. Es una suerte de milagro, porque no es necesariamente una búsqueda. Dar con esa persona es la casualidad más fortuita y estremecedora de todas. Si la encuentra, no la deje ir.

Descarga eléctrica
Descarga eléctrica

 

  1. Arriésguese y escape: abra puertas invisibles y súbase a sus emociones.

Cuando se sienta confinado o en un callejón sin salida, pinte con el gis de la imaginación una puerta. Use su creatividad y su inventiva para salir de los más difíciles escenarios, es el único modo. Las ideas que vibran en el corazón, son deseos atrapados en nuestras profundidades, y necesitan ver la luz. Súbase a esa genuina emoción, lo transportará a otro lugar. No importa si el peligro o la incertidumbre persiste, usted ya se habrá convertido en valiente. ¿Y cómo distinguir las emociones auténticas? Porque asimismo se sienten como una explosión: son la pirotecnia del alma. 

 

  1. Construya puentes a otros universos: mire a los ojos. 

Cree conexiones, compenétrese con los demás a través de la mirada. Los ojos son nuestros telescopios para descubrir los distintos universos que guardan las miradas de los demás. Mírese fijamente con otros. Así nos identificamos y comenzamos a mezclar nuestras partículas. Puede comenzar por jugar a sostenerle la mirada a desconocidos, en especial a quienes le atraigan. O, simplemente, camine por la calle con la cara bien erguida y concentre su mirada en la de quienes no rehuyen al contacto visual. Dígales: “Hola”, la palabra clave para abrir las escotillas que dan al interior de las personas. Y sin que lo sospechen deseéles lo mejor. 

 

  1. Sorprenda a todos.

Dé a la gente algo que no espere, eso que fue puesto dentro de usted como un regalo: su don. Si toca el piano y encuentra uno en medio de una fiesta y siente el impulso de tocar “Life on Mars?” de Bowie o “Your Song” de Elton John, beba su cocktail de un trago y haga sonar esas teclas. Ponga su canción favorita a todo volumen en el coche y en un alto baje a bailar sobre el paso de cebra. Sorprenda a los espectadores y despertará también en ellos el anhelo de desenvolverse, de mostrar sus regalos sin inhibición. O si pinta, pinte con sigilo el retrato de quien parezca necesitado de colores y entrégueselo. Se ruborizará, y esto se trata de hacer entrar al mayor número de mujeres y hombres en estado de ebullición. El asombro es una especie de pequeño milagro. 

 

  1. Juegue a la pelota para hacerse menos bolas. 

Jugar al futbol, al basket, tenis casero, quemados, bolos y de repente hasta FIFA en el PlayStation, sirve para quitarnos lo confundidos. No tanto como una siesta profunda o como dormir ocho horas de corrido, pero sí nos devuelve cierta serenidad. Juegue solo, contra un muro; con sus amigos; sus hermanos o con sus hijos pequeños. Chuten, tiren a gol, ríase incluso con los balonazos, no pasa nada. Despéjese. Aunque pierda, gana, y el panorama se volverá más claro: tampoco hay realmente mucho que saber. 

 

  1. Herede en vida a sus hijos.

Siéntese en paz, haga memoria y una lista, no de sus propiedades, sino de aquello que lo ha enriquecido: sus libros favoritos, películas, su música, sus lugares, obras de teatro, sus anécdotas, los discursos, los momentos que conserva como tesoros. Entrégueselas, ellos sabrán qué hacer con ella, pero no parta sin compartir lo que lo ha conmovido. Y si no tiene hijos, búsquese a quien querer como si fuera suyo, pues patrimonios de estos deben pasar a otras manos para irnos libres y plenos.

 

  1. Dedíquele tiempo a su sueño. Y duerma.

Trabajar para otros no es negocio, dedíquele tiempo a su sueño. Si se empeña, rendirá frutos. Piénselo, siéntalo, visualícelo, ilusiónese, búsquelo, aférrese. Y por la noche, justo antes de caer dormido, entrégueselo a su doble cuántico y pídale ayuda para realizarlo. De la noche se sabe tan poco como del fondo del océano, pero, mientras dormimos —asegura el científico Jean Pierre Garnier Malet—, somos capaces casi que de viajar al espacio, a dimensiones desconocidas donde se construyen de manera paralela las realidades. De cualquier modo, crea en la teoría del desdoblamiento o no, duerma. Dormir clarifica y nos devuelve la fuerza vital de la que se nutren los sueños. 

 

  1. Llame por teléfono a aquellos con quien sueñe.

Por algo se presentaron ante usted cuando dormía. Algún motivo los llevó a fugarse de su subconsciente para introducirse en sus visiones nocturnas. Le llevan un mensaje o aguardan uno suyo. Averígüelo. Cuénteles a detalle de qué trató el sueño, el encuentro en semejante mundo, misterioso y mágico. Algo dilucidarán. Busque a esa persona y saque la conjetura. 

 

  1. Póngale música a la vida. 

Como dicen por ahí, el secreto de los días lluviosos es saber musicalizarlos, así que salga —por ahora con tapabocas— a ese mundo-patas-arriba y colóquese los audífonos. Reproduzca el concierto 21 para piano en C mayor de Mozart, o el No. 5 en E mayor de Beethoven, o “Hand Covers Bruise” de Trent Reznor y Atticus Ross. Compruebe cómo el sentido del oído influencia al de la vista, cómo reaparece la armonía, como con la música propicia el panorama cambia y el presente luce mejor. La vida musicalizada adquiere matices de película, la gente pareciera bailar, aunque solo camine. No todo son las malas noticias de la radio, también hay pájaros, el ruido de la algarabía de los niños, el sonido del viento y de su juego con los árboles, los locos que caminan por las calles sonrientes con sus audífonos. Quizá el mundo no está en realidad tan mal como de repente se oye. 

 

  1. Vaya a la estética y vístase como le plazca. 

Pida el corte de pelo que sus padres le prohibieron de pequeño. Nunca se quede con las ganas de nada, porque a las ganas siempre les gusta quedarse. Tíñaselo de rojo o azul, rápeselo o déjeselo largo. Vístase como le plazca, asómese desnudo una mañana por la ventana, aviente el saco o el traje sastre. Hagamos de este mundo un lugar con menos ahorcados en las oficinas y más corbatas colgadas de los árboles. Libérese. 

 

  1. Mande todo a la mierda y tome un avión a un lugar desconocido.

El avión, cabe aclarar, puede ser una bicicleta. O unos patines o unos tenis. Y el lugar desconocido, la colonia contigua, el pueblo de al lado, el barrio vecino o, por supuesto, las ciudades y playas ansiosas por ser descubiertas. El chiste es sentir —de preferencia a solas— el viaje, la travesía, el sentimiento de aventura, de osadía, de ser intrépido. Súbase a sus zapatillas deportivas favoritas, rebase sus límites, traspase sus fronteras y asuma el papel del forastero, adentrarnos en lo desconocido es un camino para conocernos.

 

  1. Siga el camino amarillo.

La vida no es caminar por una alfombra roja, es seguir el camino amarillo. Concéntrese, ponga atención para evitar distracciones y extraviarse. Avance con precaución y con su absoluta presencia. En las encrucijadas siga los impulsos de su intuición para elegir la senda correcta y observe con precisión para no sucumbir a los espejismos. Haga caso de las señales, aparecerán si se conecta y lo conducirán al punto donde todo se entrelaza. No sufra, no estamos perdidos, nos estamos acercando. La vida suele parecer un laberinto, no obstante es un recorrido perfecto. 

 

  1. Discúlpese lisa y llanamente, sin pretextos.

Pedir perdón es quitarle peso a su maleta. Viaje ligero, sin culpas ni remordimientos, acérquese a quien le deba una disculpa, ofrézcasela y continúe su trayecto, libre de deudas, tan caras y desmoralizantes que son. Comience en casa, con los hijos —no importa la edad— y la pareja, con el perro a pesar de los agujeros en el pasto, sin atenuantes o excusas. 

 

  1. Ayude, ayude, ayude (de preferencia sin tomarse fotografías).

Échele la mano a quien pueda, la humanidad está más necesitada que nunca. No se buscan héroes, el mundo necesita realmente algo extraordinario: personas normales. Sea de los que se sensibilizan con tantas duras imágenes en la calle, de los que se compadecen y apiadan, de los que no empujan para figurar, sino de los que ayudan a salir adelante, de los que no cobran. Ser buena persona es gratis, no se paga con nada. Rompa también en cólera frente a las injusticias, estalle, explote, eso igualmente es ayudar.

 

  1. Escriba cartas, no esquelas.

Exprésese cuando su reloj biológico marque la hora, en el momento en que suene la alarma puntual del deseo, en el instante que se activen las inequívocas palpitaciones del corazón. Después es tarde y los destinatarios quizá ya no las lean. Escriba también de repente una carta para usted, aunque impersonal, sin nombre, para que la lea quien se la encuentre. Déjela en una banca de un parque, o en el asiento del tren; puede apostar que lo que tiene que decirse a usted, es un mensaje mandado a hacer para otros. Somos una constelación, mensajeros del servicio postal de la existencia.

 

Mójese en la lluvia, salte en los charcos, tenga un amante, haga bromas por teléfono, rescate un perro, abra la jaula de sus pajaritos, póngase de pie y aplauda con fervor en la sala de cine si lo cautivó la película, regale una flor a quien le guste, escale una montaña, rompa su récord bajo el agua, respire como los recién nacidos, mire al sol como los presos que escapan, queme las naves, promueva los incendios de su corazón y nunca —nunca— permita que se extinga su chispa. 

Y, si lo desea, mientras quede tiempo, engroce esta lista.

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