Acérquese y pida…


¿Qué pasaría si te murieras hoy? Inesperadamente, mientras lees estas líneas. Más allá de clichés y romanticismos mortuorios, de si te despediste por la mañana de tu pareja o si saliste de casa furioso, de si haces meses no hablas con tus padres, de si te fuiste en paz o no con quien te pasaste —más allá de eso—, ¿qué te reprocharías haber dejado a la mitad? o ¿qué te dolería ni siquiera haber comenzado?, ¿cuáles pendientes te sobrevivirían?, ¿quién te va a extrañar? 

Tengo un amigo muy querido que, mucho antes de que esta película inédita de Orson Welles llamada “Pandemia” se convirtiera en realidad, solía decir cada que un conocido nuestro o algún famoso fallecía: “Cada vez se está muriendo más gente que antes no se moría”. Un chiste que en los elevadores pocos captaban a la primera, y que a unos hacía pensar y a mí reír. 

Ayer corrí de la Plaza de Santa Catarina, en Coyoacán, al Ex Convento de Churubusco, donde le di un par de vueltas al tranquilo circuito que rodea a la iglesia. Pero al comenzar la tercera, repentinamente escuché un crujido muy fuerte que no entendí de dónde provenía, hasta que volteé arriba por el ruiderío de las ramas y las hojas. Por la humedad, uno de los brazos de un árbol gigante se desgajó con rudeza. Delante de mí, un vendedor de ricos y deliciosos tamales oaxaqueños alcanzó a virar con brusquedad el manubrio de su triciclo y de milagro y por milímetros se salvó de que aquel pedazo de tronco macizo le partiera la cabeza. 

El sonido del impacto con la calle fue brutal. Él, a pesar del volantazo, conservó habilidosamente el equilibrio y frenó con las suelas de sus zapatos. Por atrás lo vi respirar profundo y llevarse las manos a la cachucha en medio de los trozos esparcidos de la rama gruesísima. Detuve el paso y, luego de cerciorarme de que ya no corríamos peligro, le pregunté si estaba bien. 

«Pues no sé cómo pero sigo vivo», me respondió y a mí solo se me ocurrió decirle «Pues un bolillo para el susto, al fin que tiene muchos». El hombre sonrió tímido, pero me hizo caso. Se bajó de la bicicleta, apagó la grabación, acérquese y pida sus…, y le sacó el migajón a la mitad de una telera para metérselo a la boca. Me ofreció la otra, pero le di las gracias y le deseé suerte. Tenía que volver a casa, así que me puse a correr de regreso.

Me tocaban cuestas, pero me dolía la rodilla y preferí trotar 45 minutos, un recorrido donde todo marchaba en aparente normalidad,  hasta que —por azares del destino, de la temporada de lluvias y del coronavirus—, acabé recordando la sarcástica frase de mi amigo Arturo: “Cada vez se está muriendo más gente que antes no se moría”. No nos tocaba ni al de los tamales ni a mí, pero quizá sea tiempo de repasar la lista de los pendientes. Y de acercarse y pedir.

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Columna publicada hoy en El Universal Online. 

Acérquese y pida... (El Universal)
Acérquese y pida… (El Universal)

 


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