Lo bueno es que Arturo está vivo.


 Al medio día, camino a comer, escuché una entrevista que Joaquín López-Dóriga le hizo a Miguel Ángel Osorio Chong en el radio. Éste último lamentó que el caso Ayotzinapa empañe todos los esfuerzos del Gobierno de la República en el combate a la delincuencia y la inseguridad, porque, aseguró, ésta se ha reducido notablemente. Según el Secretario de Gobernación, en el último año los robos han disminuido de manera muy importante en todo el país, incluido el Distrito Federal, lo mismo que los los secuestros, los asesinatos, la corrupción, las violaciones y la criminalidad en general. “Ahí están las cifras”, dijo con tal serenidad y soltura que casi le creo.

Pero ya en la sobremesa llegó Arturo, una persona que trabaja para la familia y a quien le pedí de favor que me cambiara un cheque de Bancomer en la sucursal de Vito Alessio Robles en la colonia Florida, Delegación Álvaro Obregón de esta Ciudad de México, y con el semblante absolutamente desencajado me dijo: “Lo siento mucho, me tumbaron el dinero”.

En cuanto le vi la cara, antes que me lo informara, supe que algo había pasado. Sentí un hueco en el estómago –posiblemente uno similar al que él se imagino en su cabeza cuando le apuntaron con la pistola– y un frío en la coronilla que de inmediato se convirtió en un calor que casi me hace estallar del coraje. Pero la impotencia me congeló de nuevo y palidecí tanto como Arturo, mientras tembloroso y con los ojos llorosos me mostraba cómo le arrancaron la bolsa interna del saco con todo y forro para arrebatarle en un instante el dinero de un trabajo que me tomará un par de meses concluir, además de otra lana de mi cuñado que también se llevaron en un dos por tres.

¿Con qué cinismo se atreven “las autoridades” a afirmar que todo va mejor? ¿Con qué frialdad un par de desgraciados te desapoderan de algo por lo que te esforzaste para ganar? ¿Con qué descaro lo gastan y en qué? ¿Se lo entregan con felicidad a su esposa, a su amante, a sus padres o a sus hijos? ¿Sentirán el orgullo que aflora en un hombre honrado cuando provee a su familia?

¿Qué se puede hacer con todos ellos, con sus cómplices en los bancos y con quienes no hacen nada por acabar con esto? ¿Cuántas cámaras de seguridad hay en las sucursales, en las calles, en la ciudad completa? ¿Alguien va a seguir con los videos el rastro de esos mal nacidos en motocicleta y dará con ellos? ¿Vamos a presentar una denuncia y qué va a pasar? Seguramente tendré, primero, que acreditar el origen del dinero, que proviene de escribir historias, que es a lo que me dedico, y del cual tengo que pagar el próximo mes impuestos que, claro, se destinan a mi seguridad, a servicios dignos de una ciudad de primer mundo y a tantas cosas que desde que tengo memoria jamás he visto aquí.

Mientras nosotros ponemos arriba las manos sin podernos defender porque nos matan, “nuestros gobernantes” se tapan los ojos y los oídos. Y si Leonel Luna, delegado en Álvaro Obregón, no ha podido apagar un farol que lleva encendido más de cinco meses consecutivos las veinticuatro horas del día en la calle de mi casa a pesar de que van varias veces que se lo notifico, dudo que en este caso pueda hacer algo por ayudarme.

Yo no sé si tenga algún caso o si sirva de algo escribir todo esto en este espacio, pero seguro será más útil que ponerlo en una acta que no va a llegar a ningún lado. Quizás esto llegue más lejos y, además, ayude a quien lo lea a recordar que hay que andarse con mucho cuidado aunque las cifras del Secretario de Gobernación, del Jefe de Gobierno del DF o de cualquier delegado digan que vivimos en un mundo mejor, porque esto no es sino el país de la impunidad.

Lo bueno es que Arturo está vivo.

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