Un faro en la ciudad.


Quizá sea porque me siento en un naufragio, pero a media Ciudad de México, aquí afuera de mi oficina y mientras me jalaba los cabellos porque no me salían unos números, he comenzado a escuchar el claxon de un buque: !Booo booo!

El mar más cercano es el de Tuxpan y se encuentra a 289 kilómetros de distancia. Dudo que haya venido desde allí lo que estoy seguro que fue el sonido de uno de esos barcos gigantescos con chimeneas de vapor que tocan a todo volumen cuando se acercan o se van de un puerto.

Tal vez fue un instante de locura por tanta neurosis citadina, donde tantos ruidos se confunden con otras cosas que no son lo que a primeras imaginamos. Confieso que hasta llegué a pensar que, a raíz de mi desconexión espiritual, había sido un llamado de mi interior: Ommm, ommm.

Esquizofrenia, dirían algunos, pero lo único cierto es que ya habemos suficientes desorientados en la ciudad, tantos como para que hubieran construido un faro hace tiempo.

El faro de la ciudad.

 


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