Poder decir adiós, es crecer.


Sin duda, una de las frases con más eco de Gustavo Cerati: Poder decir adiós, es crecer. Aunque hoy me entero que esta línea en particular de la canción “Adiós”, incluida en su álbum “Ahí vamos”, fue escrita por Benito, su hijo. 

Cuántas veces no se coreó en los conciertos del rockstar argentino; la cantidad de voces que la han pronunciado en medio de una despedida; tantas cartas que la citan y la infinidad de imágenes de Instagram… Quién conozca un poquito de rock en español la repetirá en su cabeza cuando recuerde al amor de su vida, mientras escucha música triste para sentirse mejor.

“Poder decir adiós, es crecer”, pensé para mis adentros con tantas últimas veces que nos trajo este fin de semana en el deporte, el futbol en concreto: 

La última vez de Karim Benzema en el Real Madrid, quien tras decirle adiós el domingo a los merengues llegará al Al-Ittihad de Arabia Saudita para crecer su chequera en 200 millones de euros.

Simultáneamente, a unos mil kilómetros de la capital española, en París, Messi portó también por última ocasión la camiseta del PSG, en una despedida apagada y hasta con rechifla, que, no obstante, con seguridad terminará en otro grandísimo cheque.

El frío adiós a Messi

Entretanto, en Milán, capital italiana de la moda, Zlatan Ibrahimovic agradecía con lágrimas en los ojos los aplausos de los aficionados. Ver enternecido a un tipo aparentemente tan rudo como el astro del balompié sueco, provocó que el llanto se esparciera entre sus compañeros y la gente que atestiguaba de pie en las gradas el irremediable retiro de su ídolo.

Sin embargo, a mi parecer, la despedida más emotiva la protagonizó nada menos y nada más que un árbitro. Mateu Lahoz, colegiado valenciano, puso fin con su silbato a su carrera al 90+4 y el estadio del Mallorca no dudó un segundo en levantarse de sus asientos a ovacionarlo, como si se tratara de uno de sus jugadores más aclamados. 

La tribuna se identifica con Mateu porque no le espera una transferencia multimillonaria, ni contratos publicitarios o patrocinios de Emirates. Saben que pronto, como en el caso de ellos, nadie se acordará de él, y eso nos vuelve cercanos a los mortales, a los que pagamos boleto para presenciar un buen juego un domingo.

Ni él, ni su madre ni sus hijos, quienes lo acompañaron en su última actuación en una cancha, consiguieron reprimir las lágrimas. Y es que Lahoz, se dice, a pesar de sus desaciertos, propios de cualquier silbante, supo enaltecer con dignidad el arbitraje durante los 288 partidos que dirigió en la máxima categoría del futbol.

Al final, el color del jersey resulta intrascendente, incluso el tan repudiado negro. Da igual si nuestro trabajo es de shorts, de saco y corbata, con overol y casco o de lentejuelas y terciopelo; si lo desempeñamos con dignidad, honor y entrega, es probable que a la hora del adiós nos aplaudan.

Estoy en FBTwitter, IG y LinkedIn como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.

Texto publicado en el periódico El Universal.

Poder decir adiós, es crecer…

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