Suena en mi cabeza “Strange Weather” de Keren Ann. No llevo audífonos ni dispositivos, mi cerebro es un tocadiscos. Desde hace tiempo corro sin artefactos y —mucho menos— con celular. Me estorba y disfruto correr libre, sin otro peso que el mío, sin llamadas entrantes ni alarmas de WhatsApp o recordatorios.
Hace unos años, mi buen amigo Emilio me recomendó ir mejor atento al silencio, y le hice caso. No sólo aprendes a oír cosas que no se oyen, sino también a percibir lo que no necesariamente se ve. El silencio es la puerta de entrada a nuestro cuarto oscuro, donde se nos revela lo sensible, lo sutil.
Me tocan cincuenta minutos a paso medio para aflojar la carga de la semana, aunque pienso más bien en la dureza de los recientes acontecimientos. El clima es, en efecto, extraño. La sensación en el aire es rara, la misma de hace ya un año cuando se vaciaron las calles, a pesar de que otra vez están llenas. El cielo se pintó de gris y las majestuosas jacarandas contrastan arriba tanto como con el pavimento. Es un espectáculo de otro mundo ese violeta intenso, como sacado de la imaginación más insólita.
Casi nadie las vio el año pasado, nos encontrábamos encerrados, con la preocupación de si sobreviviríamos. Muchos no lo lograron, pero ellas sí volvieron. Tienen una suerte parecida a la de la música, que es como si reencarnara. Les pasa como a las melodías, que nunca se extinguen y viven simplemente a la espera de que alguien las descubra. Para eso existen.
No deja de sonar la canción, la escucho claro. Coincido con más corredores en el camino. Antes saludaba a todos y no me molestaba si no me devolvían el saludo. Hoy no vengo de humor y directamente ignoro a los chungos que llevan la mirada clavada al suelo con tal de no decir “Hola”. Siento ganas, la verdad, de mandar a chingar a su madre a más de uno. O de, cuando menos, decirle: «Caray, un poquito de cordialidad, pinche ojete (chinga tu madre)». Pero prefiero devolver mi concentración al violeta intenso que de cierto modo me sana en estos grises instantes. El mundo no necesita más apáticos.
Cuentan, de hecho, que el color violeta es sanador, que su luz es tan poderosa que almacena fuerzas como el amor, la misericordia, el perdón y la transmutación. Quizá por eso nos tranquilizan; a lo mejor por ello nos enamoran; tal vez por eso las extrañábamos.
Probablemente como ellas, que —a su manera— se preguntarán por qué varios de los nuestros no regresaron.
Estoy en Twitter, FB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería.
Foto de portada de post: Yarov Rivera
Columna publicada en el periódico El Universal.