“No debemos ir por la vida buscando quitarle sus marcas a otros, esas son de ellos. Se trata más bien de superar las nuestras, de mejorar los récords que nos pertenecen a nosotros”, le dijo Odilón Cuahutle Rojas a Madai Pérez cuando se convirtió en su entrenador en el año 2000.
[Recomendación musical mientras lees esta historia: «Girls», de Death in Vegas]
Antes, desde los 11 años, Madai ya había dejado ver su espíritu guerrero, y es sabido que los que se muestran así al mundo, se abren a que un descubridor de espíritus aguerridos les ponga el ojo encima y no los suelte sino para impulsarlos al universo de posibilidades en que se convierte la vida para los osados.
En la primaria de su natal Hueyotlipan (que significa camino grande), el profesor de educación física identificó a Madai apenas la vio correr. Enseguida vislumbró el espíritu de aquella niña desenfadada cuyos cabellos bailaban en el aire como una bandera mientras dejaba atrás sonriente a una y otra niña. Entonces la puso a competir con los niños, y en el patio de aquella escuela rural impuso su primer récord: les ganó a todos.
A los 18 años dio un paso al alto rendimiento y a los 23 debutó en la prueba de la maratón en Chicago, donde chocó contra la famosa pared que padecen tanto los maratonistas. Pero todos los muros tienen una puerta y, tres años después, en 2006, regresó a “La Ciudad de los Vientos”. Esta vez, lejos de enfrentarse nuevamente con el durísimo muro, la tlaxcalteca atravesó la resistencia y el tiempo por un pasadizo secreto.
“Ese día fui por mi marca, no tenía otro objetivo. Ni siquiera arranqué con el grupo puntero, yo iba a lo mío, a bajar mis 2:27 a 2:24. Sin embargo, algo sucedió, y cuando me di cuenta había transcurrido más de una hora e iba en la punta”.
Madai entró en una especie de trance, en ese camino grande que quizás se llame “presente”, adonde el running conduce a algunos. Y ya se iba, pero unas voces la devolvieron a la carrera y mejor se mantuvo con el grupo para no quemarse. De haber persistido embelesada quizás no hubiera terminado cuarta, a lo mejor habría roto el listón. Nunca lo sabrá pero pretende volver a intentarlo, quizás en Tokio 2020 como poseedora del récord nacional y latinoamericano: 2:22:59.
Durante sus 20 años de corredora profesional, Madai ha sufrido dos lesiones dolorosas, el talón de aquiles y la muerte de su papá, su ídolo junto a Catherine Ndereba y Kipchoge. “Él no corría, diseñaba trajes de mariachi, pero en cada prenda trataba también de superarse y mejorar sus propios diseños”.
Ojalá veamos a esta guerrera en las Olimpiadas, ojalá realice una hazaña épica, ojalá a su paso, en el pasadizo, un grupo de mariachis toquen para ella el “México lindo y querido” y sepa que su padre está ahí, en el resplandor de esos botones de plata que escogía con tanto esmero.
Mucho se habla acerca de la pared con que se topan los corredores en los maratones y todas las personas en los momentos más difíciles de sus vidas, pero poco se sabe sobre los pasadizos secretos a través de los cuales viajamos en el tiempo para abrirnos senda entre las vicisitudes.
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Columna publicada en el periódico El Universal.