Los récords de mi padre.


¿Qué queda de una persona cuando muere? Su aroma, por un breve tiempo, en un suéter. Sus fotografías. Las frases que repetía. Alguna nota suya a mano que aparece en algún libro, en un cajón o en la bolsa de un saco en el momento indicado. Los recuerdos en sus deudos y las canciones que oía. Sus historias. 

Última foto con mi papá, el día de mi cumpleaños 45 (16 de enero, 2021).

Si habláramos de deporte —que es de lo que supuestamente trata esta columna—, tendríamos que referirnos a los récords de ese atleta que se va. 

Mi padre jugó futbol de niño hasta pasada su adolescencia. Luego, ocasionalmente, cascaritas conmigo y mis primos de niños. Pases de futbol americano en Chapultepec y en la playa, donde también peloteábamos con las típicas raquetas de madera. Me enseñó a jugar ping-pong y a hacerme el nudo de la corbata, aunque siempre le quedaba mejor a él. 

Murió el 2 de marzo pasado, a los 70 años, con cuatro victorias contra la muerte (un duro choque del que sobrevivió a los 18 años de edad; una osteomielitis vertebral por una mala cirugía de columna, pasados los 50; un infarto a los 55 y una gravísima infección en el cerebro a los 68) y una derrota en el último asalto a manos del virus. Se defendió hasta el final. No tiramos la toalla, sacamos el pañuelo blanco.

De mi papá aprendí muchas cosas. La más importante, quizá, arrepentirme y pedir disculpas. Desde que se fue no he soñado con él. Sin embargo, la otra vez mientras corría, me sucedió algo curioso:

Salí con el sentimiento de su muerte muy vivo. Pasé junto a unos jóvenes y en mi mente les dije: “Hablen más con su papá, no se aburran de que los llame mucho por teléfono”, como solía marcarme a mí. Acto seguido, como si estuviera planeado, una de ellos se puso el celular en la oreja y contestó: «Hola, Pa», y yo me quedé atónito. Saludó a su padre y yo sentí con claridad que era el mío. “En este instante me estaría llamando”, pensé y enseguida escuché dentro de mí: “Lo estoy haciendo”.

Como me dijo Maru mi suegra: «Es un tiempo privilegiado porque estamos muy sensibles, receptivos a lo sobrenatural y todo puede sentirse más. Vivimos en un in-tiempo, no estamos allá pero tampoco acá, y podemos percibir esas presencias que nos acompañan». 

Cuando muere tu papá te sientes inconsolable e incomprendido. Pero después piensas: “Bueno, no soy el único ni el primero al que se le ha muerto su papá”. Y luego reflexionas: «No, sí lo soy”.

Descansa en paz, Francisco Koloffon Duncan.

Estoy en TwitterFB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería.

Columna publicada en el periódico El Universal.


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