En la vida nos persiguen muchas cosas: los miedos, el tiempo, la fecha de pago de las tarjetas de crédito, la voz de nuestros padres y su apellido. Los errores son otros que suelen ir tras nosotros —lo mismo que los aciertos, hay que decirlo—, la culpa y el remordimiento, incluso lo que no hicimos y nos quedamos con ganas de hacer. Yo siempre digo que nunca hay que quedarse con las ganas, porque a las ganas siempre les gusta quedarse.
A veces también nos persiguen los perros, sobre todo a los corredores, y alguna que otra fiera. Seguramente muchos de ustedes vieron en días pasados el video del corredor que se topa con un puma en los bosques de Slate Canyon, Utah, en Estados Unidos. Quien no, aquí les dejo el escalofriante recorrido en reversa.
Me resultó imposible no ponerme en los pies de Kyle Burgess, el joven de 26 años que no le quitó la mirada ni un segundo al bestial felino mientras retrocedía por aquel camino irregular de tierra y rocas. Quería recoger una y lanzársela, aunque temí desatar su furia. Cuando se paraba en dos patas y amagaba con atacar, sentí el terror, lo viví de principio a fin.
«No quisiera morir hoy», le dice marcha atrás en cierto momento a la amenazante hembra que protegía a sus crías. Fue ahí donde pensé que la muerte siempre nos acecha. Podemos ir de día de campo, a la oficina, al cine o a correr a donde sea y ahí estará, disimulada pero lista para abalanzarse en el momento menos pensado.
Hay días para rendirse, días para ponerse valiente y gruñir como osos, días para hacerse para atrás con cuidado de no tropezar. Y hay días donde seremos alcanzados por ese felino salvaje al que habremos de toparnos cara a cara. Pero, entretanto, que nos persigan los buenos recuerdos, la algarabía que escuchamos a la distancia, el ruido de los pájaros y lo que nos llama a seguir.
(Ya no me gusta Coldplay, pero viene al caso)
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Texto publicado hoy en El Universal Online.