Lo más importante.


Cuando Rubén Márquez y yo vimos la versión final de esta pieza que realizamos en Koloffon Eureka por allá del mes de mayo de 2020, se nos ocurrió que sería buena idea darle posterior seguimiento a las historias de los personajes que compartieron su testimonio, para mostrar qué fue de cada uno de ellos con el transcurso de la pandemia.

Todos somos alguna de estas historias. Vamos a ayudarnos.

Hace ya prácticamente un año del primer confinamiento, donde la vida de todas las personas de todo el mundo comenzó a cambiar no sé si para siempre, pero tampoco estoy seguro por cuánto tiempo. Nadie se salvó: niños, adultos y ancianos padecimos el embate de este virus mortífero que vino a meterse con todas nuestras debilidades. Y no me refiero exclusivamente a las del organismo, sino a las de la sociedad, a las de los países y sus diversos sistemas, la economía, la educación, a las de la vida en todos sus aspectos. El comercio, el turismo, los negocios, las distintas industrias no fueron la excepción. Los restaurantes.

En el 02’12» del video, Pedro Sañudo narra cómo de la noche a la mañana intentó convertir su restaurante Antolina en un negocio de comida para llevar o entregar en domicilio, sin poder lograrlo. Más adelante, en el 6’15», cuenta que tuvo entonces que pensar en algo diferente para darle la vuelta a la situación: buscó personas cercanas con posibilidades y deseos de ayudar a los que se habían quedado sin nada, y encontró gente que donó dinero para que Antolina preparara comidas para fundaciones que dan de comer a niños sin recursos. Así ayudaron no solo a esos niños, sino a que Antolina no cerrara sus puertas y a que el equipo de Pedro no perdiera su trabajo. Un círculo virtuoso.

Eso sucedió entre marzo y junio del año pasado, del inconcebible 2020. Pero hace apenas unas semanas, a finales de diciembre, cuando el semáforo volvió al color rojo y se ordenó otra vez el cierre de los restaurantes, a Pedro se le vino una incluso peor: se contagió, y el mismísimo 1º de enero fue uno de los que acabó hospitalizado.

«Entré en una crisis de ansiedad, consecuencia anunciada de la suma de estrés, cansancio y “sacar el barco a flote». ¡Malas prioridades!», escribió en su Facebook. «Habíamos entrado a semáforo rojo nuevamente, dependíamos totalmente de los pedidos, y yo ya llevaba una semana con fiebre y síntomas operando desde casa sin parar. Nunca hay tiempo (o eso quisiera uno creer) para hacer una pausa y escuchar un poco más allá. ¿Cual barco iba a salvar?».

La noche del 31 de diciembre no había medicinas, ni oxígeno, ni una cama en los hospitales de la Ciudad de México. No había nada, pues la pandemia está todo menos domada. En el mundo real no se vislumbra aún ninguna luz al final del túnel, solo esa del apoteosis que quizá hayan vislumbrado los mucho más de 150 mil fallecidos en nuestro país. Bien dice un Joe Biden realista: «Vienen los momentos más oscuros».

Por suerte, luego de horas de llamadas y espera, le asignaron una cama en el Centro CitiBanamex, que por fortuna existe y donde no sé equivoca Pedro en decir que trabajan auténticos ángeles. «¡Que vocación de las mujeres y hombres con alas! La verdad es que no he podido moverme mucho de mi lugar, así que me toca esta escena siempre, que es lindísima. ¡Yo me siento mucho mejor, ya sin turbo oxígeno y marcando correctamente!».

Mujeres y hombres con alas: les llaman enfermeros y médicos.

Conforme Pedro se recuperaba, sorpresivamente recibió una visita, una visita inesperada porque ahí no hay visitas, sino que exclusivamente llegan pacientes: Liru Gavaldón, su mamá. El 9 de enero por la noche fue ingresada tras agravarse sus malestares, sus síntomas y oxigenación.

Pedro y Liru, su madre.

Poco a poco, el estado de Liru decayó, y el día que Pedro fue dado de alta, a ella tuvieron que pasarla a terapia intensiva.

«Al mismo tiempo que me daban la noticia de que estaba listo para irme, me decían también que se la tenían que llevar a terapia intensiva para ayudarle porque ya estaba clínicamente grave. Su PAFI (gasometría) está en 48 y sus pulmones pueden colapsar. Cuando llegué a la cama 28 del C6 en terapia intermedia para despedirme, me preguntó:
—¿Ya te dijeron?
—Sí —le respondí.
—Si es lo que necesito para estar mejor, pues adelante. Ya firmé mi consentimiento.
Se me llenaron los ojos de lagrimas y ahí estaba mi madre consolándome como siempre, diciéndome que nos amaba con todo su corazón. Se puso feliz de que me habían dado de alta. Sonrió y lloré y lloré. Sintió lo mucho que la amo».

El 25 de enero, mientras los tres hermanos Sañudo comían juntos después de la convalecencia de Pedro, su mamá emprendió el viaje de vuelta y se quedó para siempre en sus corazones.

Les cuento esta historia (que parecerá de final triste, pero que ya verán que no necesariamente es así, y que es más bien de amor y redención) porque tenía el compromiso de darle seguimiento a esas historias de la pandemia y al devenir de los protagonistas de aquel video. Pero especialmente decidí escribirla porque la última frase que Liru enfatizó a Pedro mientras los camilleros la trasladaban a la zona de pacientes críticos, me llegó a lo más profundo: «Es muy importante que sepan tú y tus hermanos que los amo con todo mi corazón. Eso es lo más importante. Y si llega a pasarme algo, les encargo mucho que nunca se peleen, que se quieran también siempre ustedes. No hay más».

Sin duda, cuando estamos a punto de irnos es cuando lo entendemos todo. En los momentos cruciales, como estos, se vuelve claro. Al final sobrevive exclusivamente la verdad, lo fundamental, lo relevante, aquello que le da sentido a nuestra existencia, la única razón. De lo demás ni quien se acuerde, aunque en un día cualquiera nos haya quitado el sueño. Si yo tuviera la oportunidad de despedirme de los míos, les diría exactamente lo mismo. En estos días oscuros, me queda claro. No hay más.

Vamos a dar una vuelta al cielo, para ver lo que es eterno.

Cuando le pedí autorización a Pedro para escribir y compartir su historia, me respondió: «Cuéntalo con libertad. Es importante que la gente sepa que realmente hay que cuidarse, que no sabemos por dónde puede llegar esto ni a dónde nos va a llevar. Ojalá que sirva para que todos lo tomemos muy en serio. Y cuidarse no significa dejar de vivir o no salir más. En la Unidad Temporal de Covid-19 del Centro CitiBanamex, me dijeron que solo se había contagiado el 5% del cuerpo médico a pesar de trabajar con personas contagiadas y sus fluidos. La cosa es que nunca dejan de usar cubrebocas, goggles o caretas, guantes, batas, y se lavan las manos todo el día».

Quien quiera saber más de la extraordinaria persona que es Pedro, conózcalo también a través de sus platillos en Antolina. Ya toman otra vez pedidos.

Estoy en TwitterFB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería.


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