En Estados Unidos puede pasar que al lado de la puerta de entrada al supermercado, te topes con la puerta de entrada a un estudio de yoga. No es raro encontrarse con sitios tan opuestos separados por una delgada pared.
Aquí en México he visto bares junto a escuelas y hasta un table casi contiguo a una iglesia, pero nunca me ha tocado que un WalMart comparta muro con un centro de meditación.
Fui a Portland, en el estado de Maine, y aunque una mañana salí a correr bastante temprano, la temperatura acariciaba los 30 grados centígrados. Como ya me estoy preparando para mi próximo maratón, el entrenamiento fue sumamente agotador: algo así como ocho fartleks de cuatro minutos intensos y dos minutos de recuperación, si la memoria no me traiciona.
Cerca de la casa donde nos hospedamos, yo había visto un Walgreens, una de esas farmacias gigantes que más bien parecen tiendas de autoservicio, así que me guardé un billete de 20 dólares en la bolsita trasera de mi short, por si al terminar moría de sed. Dicho y hecho, casi emanando vapor, entré por un Gatorade helado sabor cereza glacial que aún no he visto que vendan por acá. Una delicia.
Me pareció francamente extraño que conforme empujaba la puerta del Walgreens comenzaran a sonar de esas campanitas armonizadoras onda tibetanas, en lugar del típico timbre de tienda para alertar al despachador. Se me hizo demasiado feng shui la cosa para uno de estos súpers gringos, hasta que, distraído como siempre, me di cuenta de que había abierto la puerta equivocada, la puerta de al lado, la del local de yoga y mindfullness.
La gente dentro, en su mayoría mujeres, se sorprendió de ver entrar a un tipo en shorts, camiseta y tenis de correr, empapado en sudor. Recorrí sus miradas una a una rápidamente con la mía y, sin decir nada, di un paso atrás mientras seguía resonando el tilín, tilín del móvil de viento. Una vez afuera abrí la otra puerta y ya en la fila para pagar pensé que aquella graciosa escena debía contarse.
No cabe duda que correr te puede llevar a lugares insospechados: a una tienda, al consumismo, a un instante zen, al hospital, a una meta, a la orilla del mar, a un cerro, a un paseo con los amigos o al reencuentro propio cuando eliges el sendero de la reflexión.
La vida es incierta y eso, de cierto modo, la vuelve mágica. Sus caminos están llenos de sorpresas, situaciones imprevisibles y encuentros inesperados. Si en un entrenamiento o durante el recorrido de los famosos 42.195 kilómetros suceden cosas tan maravillosas cuando te abres a lo desconocido, lo que podrá ocurrir si encaminas y entregas tu existencia hacia tu insospechado final.
Estoy en FB, Twitter, IG y LinkedIn como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.
Texto publicado en el periódico El Universal.