La gran parvada.


En las carreras suceden cosas muy extrañas. Cuando miles de personas corremos juntas con un mismo rumbo, nos convertimos instantáneamente en una poderosa marea humana, en un río místico que abre camino a las posibilidades. Pero no sólo eso, en lo individual, quien forma parte de ese caudal colectivo, de pronto se vuelve mucho más resistente y rápido que de costumbre, como si volara, y puede llegar, incluso, a sentirse pájaro.

Hace un tiempo vi un video en el que dos jóvenes que pasean en canoa en un esplendoroso lago, de pronto se ven sorprendidas por una parvada de miles y miles de pájaros estorninos, fenómeno al que en inglés se le conoce como “murmuration”.

Lo reproduje fácil cinco veces, pues me maravilló, tanto como a ellas, la unión, la sincronía, la conexión y el rumbo de las aves. Cada uno de los pájaros sabía a la perfección su próximo movimiento, o lo sentía, pues quizá más bien se trate de un asunto de instintos. Volaban absolutamente coordinados.

¿Cómo es posible que nosotros que usamos un lenguaje exacto, no seamos capaces de ponernos de acuerdo como ellos que simplemente trinan? Si cada uno escucháramos nuestra voz interna, tal vez la suma de todas se convertiría en un poderoso murmullo colectivo que nos encaminaría a un destino común.

Acontecimientos como ese, de tal naturaleza, me llenan de una confianza misteriosa. Recuerdo una tarde que conducía meditabundo en la carretera cuando le pedí al cielo que me hiciera saber si iba en la dirección correcta, y como caídas del cielo surgieron parvadas y parvadas de aves que se regocijaban con el atardecer antes de regresar a sus árboles.

Supongo que cuando te conectas fuertemente con algo, la vida te lo proyecta con la máxima nitidez para hacértelo bien visible, como cuando vas a tener un hijo y de repente empiezas a ver carriolas y embarazadas por todos lados. Cuando uno pide una señal contundente al cielo, no debería esperar ver nada más que una gran parvada de pájaros.

Cuento todo esto porque, cada que formo parte de una carrera en la que participan muchas otras personas y gente que va a motivarnos, de muy adentro mío nace ese murmullo que crece poco a poco, kilómetro a kilómetro, hasta convertirse en un deseo gigantesco de gritar de felicidad cuando caigo en cuenta que soy una de las piezas de esa gran maquinaria, de esa interminable parvada de seres que son capaces de volar mientras corren.

No soy precisamente afín a López Obrador, pero el domingo, cuando vi por la televisión tanta algarabía y gente reunida en el Zócalo, deseé: “Seamos parvada, agarremos rumbo”. Me pasó como cuando corro junto a otros miles y descubro arriba un avión dentro del que imagino a algún pasajero que contempla la ciudad desde las alturas a través de su ventanilla y nos compara con una esplendorosa parvada de pájaros en pleno vuelo al mismo destino. No necesitamos de nadie en particular, necesitamos de todos.


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