Al igual que las calles, las oficinas, las escuelas, los comercios y las redes sociales, ayer el entrenamiento lucía casi vacío. Mi entrenador me preguntó si escribiría la columna acerca de ellas, de las mujeres, de las corredoras. No estaba seguro. “Quizá son ellas quienes tendrían que escribir de ellas”, pensé y le di vueltas a la pregunta mientras calentaba para mis cinco cuestas de lunes.
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Entonces, como suele ocurrir cuando corro, me llegó una idea: escribir de la energía femenina… pero de los hombres. Yo aprendí, hace ya varios años en una clase músico-metafísica, que los hombres estamos conformados, más allá de nuestra gran masculinidad, por energía femenina. Quizá esto sea nuevo y desconcertante para muchos, pero así es.
Y, claro, las mujeres llevan también energía masculina. Todo el Universo, de hecho, es una mezcla de estas dos fuerzas fundamentales en continua y constante atracción: la femenina y la masculina. O el yin y el yang, como las llama el taoísmo. La primera, es el principio femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción. El yang es lo masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración. Basta con ir a Wikipedia para conocer más.
A pesar de que el mundo vive una auténtica revolución feminista —y de que en cada casa se libran pequeñas grandes batallas a diario—, a mi parecer, la esencia y el fin del movimiento no es una guerra. Al contrario, creo que es el llamado a la reconciliación, al respeto y la dignificación de ambos poderes. Pero ya estoy hablando por ellas y de eso no se trata esto, como apunté al principio.
Desde que cuenta la historia y hasta la fecha, buena parte de los hombres hemos contenido hasta la enfermedad nuestras emociones y acallado crónicamente nuestros sentimientos, mismos que se alojan en esa parte femenina que no nos hemos atrevido a desarrollar, lo que quizá haya propiciado esta avería energética que urge sanar para entender bien todo lo que sucede y terminar con tanta cosa.
Impera la confusión, resulta muy difícil comprender —y más aún de explicar— lo que estamos viviendo: por un lado, noticias aberrantes, crímenes espantosos, injusticias; por el otro, mujeres que luchan con serenidad, argumentos y aplomo, con aerosol y, las menos, con petardos. Llegó el día sin ellas y yo lo único que pude hacer a las siete de la mañana en lo que esperaba el camión de la escuela con mi hijo de ocho años de la mano, fue apuntar al cielo para enseñarle el Sol al Este y la Luna en el Oeste, conviviendo complementados en un amanecer violeta que habremos de recordar.
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Columna publicidad en el periódico El Universal.