La carrera de nuestras vidas.


Acabaron los créditos y no podía pararme del asiento. Eso pasa cuando me atrapa una película, me quedo al último en la sala, removido, cautivado, inquieto, con ganas de ir a escribir una historia tan buena. Me despedí de las señoras y señores de la limpieza y regresé a casa a preguntarme si esto era la vida real o simplemente una fantasía. El cine es capaz de hacernos cuestionar muchas cosas y de permitirnos escapar de la avalancha del día a día.

A la mañana siguiente, las redes sociales estaban inundadas con publicaciones y selfies de quienes también habían ido a “Bohemian Rhapsody”, desde las típicas donde abren los ojos, la boca y apuntan con el pulgar al póster de la película, hasta una lluvia de recomendaciones para ir a verla y olvidar por un par de horas que no había agua y que no habrá aeropuerto.

Todo mundo hablaba de la película, todos se habían apropiado de Queen (¡de mi Queen!, del que les puse a mis hijos desde muy chicos, del que les escucho cantar o les veo bailar y concluyo que por lo menos una cosa he hecho bien), y cuando algo tan íntimo se convierte en un fenómeno colectivo, yo en ese momento prefiero abortar la misión. Me pasa como un día le sucedió a Emilio Scotto, mi amigo argentino que ostenta el récord Guinness al viaje más largo en moto, al que partió con 300 dólares y del que regresó con 214 países y 740 mil kilómetros. Antes quiso ser astronauta, pero cuando vio al Apollo 11 posarse sobre la Luna, luego de secarse las lágrimas espetó al televisor: “Ustedes tienen la Luna, yo tendré el mundo”.

En eso estaba yo pero casi enseguida recordé que justo este espacio en el que tengo el privilegio de escribir, lo intitulé así en honor a una de mis canciones favoritas de la mítica banda inglesa que hoy es de todos y que a partir del estreno de la cinta son el artista más escuchado en Spotify. Y es que cuando corría con música, en mis playlists siempre incluía Don’t Stop Me Now en el momento que según yo sería el más álgido del recorrido, y a la voz de Freddie me convertía en un cohete camino a Marte, en un satélite fuera de control, en una máquina sexual lista para recargarse como una bomba atómica a punto de hacer explosión.

“Lo que me queda de vida lo voy a usar para llevar a la gente al cielo”, dice Rami Malek en el papel de Freddie Mercury cuando se entera que está condenado a morir, cosa que seguramente siempre supo —como deberíamos todos saber y actuar en consecuencia: haciendo lo que nos apasiona—, pues cada una de sus canciones consigue transportarnos arriba de las nubes. Por eso la gente enloquece y entra en éxtasis con la energía de Freddie y la música de Queen, porque trata de canciones que reencuentran a las personas, que despiertan sueños y que ayudan a que miles de corredores podamos dar la carrera de nuestras vidas.

Así que Freddie, nunca nos dejes, viejo amigo, pues, como todas las cosas buenas, de ti dependemos. Quédate alrededor porque podríamos extrañarte cuando nos cansemos de todo este mundo visual. Tuviste tu tiempo, tuviste el poder, pero, al parecer, todavía viene tu mejor hora (haga sonar Radio Ga Ga).

Any way the wind blows…

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Bienvenidas sus historias.
Columna publicada en el periódico El Universal
La carrera de nuestras vidas
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