Kipchoge el bodhisattva.


El domingo pasado se firmó la segunda mejor marca en la historia de la maratón: 2h02:37. Podría parecer no muy trascendental, pero hay dos razones que envuelven este acontecimiento de relevancia. 

La primera es que fue Eliud Kipchoge quien cronometró ese tiempo, el mismo atleta keniano que impuso el récord mundial de 2h01:39 en septiembre del año pasado en Berlín. La segunda razón, y quizás en la que más atención tendríamos que poner, es que ese segundo mejor crono de la historia lo hizo suyo en Londres, una ruta no necesariamente apta para bajar tiempos. 

Si Eliud vuelve a correr de esa colosal manera en un circuito que sea un poco más rápido, yo no dudo que podamos verlo protagonizar la mayor hazaña del atletismo: bajar de las dos horas.

“Yo creo que puede volver incluso a romper su récord. No podemos saber lo que la mente humana es capaz de hacer”, advierte Patrick Sang, su coach, quien además, y por obra de quién sabe quién, era vecino de la familia Kipchoge cuando Eliud, siendo todavía un niño, pedaleaba todas las mañanas su bicicleta desde la granja donde creció, hasta el pequeñísimo pueblo de Kapsabet, adonde vendía las botellas de leche que él mismo enfrascaba para ayudar a su familia. Después corría tres kilómetros para llegar a la escuela.

“Exclusivamente los disciplinados en la vida son libres”, publicó el keniata en su twitter —que pareciera más bien el de un sabio o un filósofo— horas antes de convertirse en el maratonista más grande del mundo en Berlín, donde ningún muro, ninguna pared, ningún obstáculo y ninguna circunstancia de la vida lograron detenerlo.

Si a través de mis pensamientos se asoma la ilusión de que un día Kipchoge complete los 42.195 kilómetros por debajo de las dos horas, no dudo que tal posibilidad sea ya una idea bien enraizada en su mente, ese lugar donde los seres humanos somos capaces de infringir las murallas de la realidad y de abrirles puertas que nos sirven de pasadizos para correr llenos de asombro hasta el extremo de lo impensable.

“El único culpable del éxito en el atletismo es la mente, no el talento”, dice Sang, y yo confío en que así suceda: una mañana de maratón su corredor estrella habrá de levantarse y dejar aquel misterioso portal abierto para por allí escabullirse y conseguir el milagro. Es la única manera, un día propicio. Porque el talento ahí está. 

Cuando pensé en dedicarle estas líneas a Kipchoge me llegó la palabra “bodhisattva”, un término propio del budismo que alude a alguien embarcado en el camino del Buda, a aquel que se vence a sí mismo y se entrega a cada zancada, a cada kilómetro y a cada respiración. 

Mientras la mayoría de los atletas famosos que pasan por los reflectores acaban distraídos por el dinero y rodeados de polémica, me parece que a Kipchoge más bien lo envuelve un halo de humildad, como si hubiera alcanzado la iluminación. 

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Kipchoge el bodhisattva.
Kipchoge el bodhisattva.

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