Hay veces en que es necesario, literalmente, correr de lo que pareciera perseguirnos, sobre todo si amenaza con dañarnos. Eso acabó haciendo un día Fabián Guerrero cuando se vio contra la pared amenazado por su propia sombra. Sin duda, todos tenemos un lado oscuro, lo sabe Pink Floyd e incluso la luna, porque la luna, por increíble que parezca, sí, tiene un lado oscuro; quién lo diría de ella.
A sus 20 años, Fabián no le tenía miedo a nada, ni siquiera a perderlo todo. Su barrio era bravo, sus amistades peligrosas y los vicios el pan de cada día, hasta que milagrosamente pudo distinguir el peligro y decidió que había llegado la hora de dar vuelta. A pesar de que entonces no corría tan rápido, huyó como los valientes.
Todavía no cumplía 30 años cuando comenzó a trabajar en turno completo en el Hospital Ángeles en el área de dietas. Su trabajo consistía en llevar a los enfermos su comida, repartía diariamente cientos de charolas con platos a los que nadie que esté en su sano juicio aplaude. Y fue ahí en la habitación de algún paciente con diagnóstico reservado, donde la visión de Fabián cambió al darse cuenta de lo que muchas veces desdeñamos: esto un día se acaba.
Apenas terminaba su jornada, este joven de 1.85 m. y piernas largas como de gacela, salía presuroso con una torta en la mochila hacia a los campos de la Subestación, cerca de su casa por la Magdalena Contreras, donde daba algunas vueltas para acondicionarse para el futbol. Una tarde encontró ahí a su padre, quien gustaba de correr con un grupo de amigos, mismos que enseguida notaron algo distinto en las imponentes zancadas de Fabián.
Lo convencieron de probar suerte en la carrera de montaña de Santa Rosa, donde figuraban incluso kenianos como Julius Keter o Hillary Kimaiyo como parte de su preparación atlética dado lo duro del recorrido. Sorprendentemente, Fabián quedó en en sexto lugar con 36 minutos en diez kilómetros. Así experimentó la certeza de a qué vino.
En 2010, el coach Rubén Ordoñez —quien desde hace años entrena al equipo Albatros en Villa Olímpica— puso sus ojos en él después de constatar tantas cualidades de su diamante en bruto, de este desconocido y deslumbrante corredor al que le vio su lado luminoso y a quien le dio la beca Albatros —que en realidad es dinero de su bolsillo y de allegados—, con tal de que dejara el hospital y entrenara diario en sesión doble.
Si uno se detiene a verlo, se percatará de la estética con que corre Fabián (camiseta amarilla), como un artista, mientras su entrenador (de negro, en el pasto) le toma el tiempo, como todos los días desde hace ya nueve años.
A sus 37 años y con 29:29 en diez mil metros, Rubén y Fabián buscan poder viajar a Estados Unidos para conseguir una buena marca que lleve a este guerrero a los próximos Juegos Panamericanos.
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Columna publicada en El Universal.