El camino para arriba.


Un día antes del gélido maratón de Boston, escribí en esta columna acerca de Josemaría Bolio, cuyo objetivo era una marca personal en los 42.195 kilómetros más legendarios. A tres meses de distancia amerita retomar su historia: 3:03:55. Lo consiguió.

Pero lo que cabe destacar de su proeza, no es el tiempo, sino su paciencia. Josemaría tiene 41 años y comenzó a correr hace diez, con casi 100 kilogramos encima, nada proporcionales a sus 1.80m de estatura. Cuenta Haruki Murakami —quien asimismo comenzó a correr “tarde”, a sus 33 años— que durante el primer mes de ejercicio adelgazó tres kilos: “Imaginen que van a una carnicería, piden tres kilos de carne y vuelven a casa caminando con ellos en la mano; así podrán hacerse una idea de lo que significa cargar ese peso”. Ahora imaginen veinte.

En marzo de 2011 Josemaría decidió que correría un maratón. Todavía pesaba 95 y el entrenador al que le pidió que lo prepara le sugirió esperar.

—¡Estás muy gordo!
—Voy a correr Chicago, ¿me entrenas o no?

Siete meses después, Josemaría cruzó la meta de Chicago con 4:32:38 y 72 kilos, entre aplausos a su perseverancia y entrega. A partir de entonces intensificó sus entrenamientos y redujo considerablemente sus marcas, hasta que en 2015 una noticia le detuvo de golpe el tiempo: cáncer de mama.  

Ante un diagnóstico así, dice, solamente hay dos alternativas: tomar el camino para abajo o tomar el camino para arriba. “Para abajo es el camino fácil, hacerte la víctima y que los demás te compadezcan. Yo elegí el duro, ir para arriba, la gran cuesta”. En el instante que el doctor le recomendó someterse a quimioterapias para que el agresivo mal no volviera, Josemaría decidió convertirse en una inspiración para su familia, así nadie decaería.

Josemaría Bolio en 54D
Josemaría Bolio en 54D

No hubo un día después de sus tratamientos que no se levantara para ir a su 54D. Durante ese programa prácticamente no hubo inasistencias, todos sus compañeros llegaban temprano, pues sabían que él, a pesar de todo, estaría ahí. Se trataba de ir día a día, así ajustó sus metas. 

“Es un luchador en lo personal y lo profesional, siempre establece metas, y cuando alcanza una va por la siguiente”, comenta Salvador Arroyo, consejero delegado de CI Banco, institución donde Josemaría es Director Ejecutivo y a la cual tampoco faltó ni un día. Los humanos que van escalón a escalón pueden convertirse en una gigantesca escalera humana que nos lleva a los demás a las nubes.

Entre las quimioterapias 13 y 14 corrió Minneapolis. Le regaló su medalla al doctor, quien le advirtió que no lo terminaría. Semanas después su madre fue diagnosticada con cáncer y se despidió de Josemaría a finales de 2016. “Pero la gente que quisiste se queda en mucho de lo que haces, y ella viene conmigo cada que corro”.

El próximo maratón de Nueva York, Josemaría espera acabar antes de tres horas. Búsquenlo el 4 de noviembre en la página de resultados.

Columna publicada en El Universal: El camino para arriba
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