“Se acabó, voy a volver a comenzar”, pensé mientras corría exhausto apenas treinta minutos después de arrancar. Los pies me dolían, los dedos amenazaban con acalambrárseme, la respiración me costaba. No iba rápido, ni siquiera había terminado la tercera vuelta al circuito de dos kilómetros cuando ya quería detenerme. Y es que desde hace más de un año, con el pretexto de que se me rompió el disco de la columna, me di un poco al abandono. Uno sabe cuando se ha dejado.
A partir de que abandoné el último maratón en el que participé —un duro golpe a pesar de que previo a la salida sabía que probablemente así sería luego de mi lesión—, dejé de correr habitualmente y poco a poco perdí mi condición física. Si bien nunca paré por completo y esporádicamente corría, la verdad es que caí en la indisciplina y, día a día, tantos años de entrenar y levantarme temprano, se perdieron en unos meses. Lo más difícil de conservar, es lo más fácil de perder.
Considero que los maratones son una analogía de la vida, correr es para mí un reflejo fiel de cómo vivo, y llevaba un tiempo sintiendo que me traicionaba. Me acabé la fuerza, se debilitaron mis músculos y dejé que se consumieran lentamente mis ganas, el deseo de seguir.
“Estoy cansado, se acabó, voy a volver a comenzar”, pensé, me detuve a tomar aire y, afortunadamente, me llené una vez más de ese sentimiento que me invade cada que corro absolutamente consciente y entregado: este es un buen día para empezar de nuevo.
Ese es, a mi parecer, el auténtico milagro de la existencia, la posibilidad de volver a comenzar cualquier día, la decisión personal de empezar todas las veces que sea necesario, incluso hasta el último día, hasta que la muerte nos lo impida, o, tal vez, más allá.
Quizás eso sea resucitar, comenzar una y otra vez, a correr, a perseguir las intenciones, el amor, a comenzar de nuevo en pareja, solo, un trabajo, a encontrar de nuevo la forma, las ilusiones, la armonía, la música, los libros, los sueños, la sonrisa, el sentido, nuestro lugar en el mundo. Volver a comenzar a ponerse en orden, con toda la voluntad, la certeza y la alegría, aventando al cielo los birretes, los remordimientos y las horas perdidas, así como los estudiantes de Stanford que escucharon el célebre discurso de Steve Jobs: “Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados. Siempre he deseado eso para mí. Y ahora, cuando se gradúan para empezar de nuevo, es lo que deseo para ustedes”.
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Ayer se fue de este plano mi maestra, Lupita, y a lo mejor ella también va a volver a comenzar. “¿Cuánto espacio más quiero ocupar? (hasta los recuerdos ya no caben en este lugar) / ¿Cuántas cosas más me puedo llevar? (la última mudanza debe ser la más ligera) / Dulce tentación de dejarlo todo / Dulce tentación regalarlo todo” (Café Tacvba, Sino, “Volver a comenzar”).
Columna publicada en El Universal: Volver a comenzar
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