Volvió a amanecer. Es una frase sencilla pero compleja que involucra un sinfín de acontecimientos. Muchas cosas deben ocurrir para que se haga de día de nuevo: que el planeta gire, que el Sol conserve su movimiento, que los astros guarden su distancia, que nuestro corazón lata, que abramos los ojos.
“Un día más”, dirán muchos cuando despiertan. O “Uno menos”, musitarán quizá los pesimistas cuando suben entre semana la tediosa persiana. Yo, si algo trato de mantener, es la actitud positiva. Prefiero hablar del más que del menos, de la afirmación que de la negación, de sumar que de restar. Pero si reflexionamos caeremos en cuenta que, independientemente de la hora del día a la que se manifiesten, ambas declaratorias son una misma verdad: un día más es un día menos.
Apenas hace cinco semanas de mi más reciente maratón y ya estoy ansioso por correr el que viene. Mi coach lo notó apenas regresé del viaje. “Ya te urge, ¿verdad?”, me preguntó y no me dio tiempo de responder cuando empezó a contarme del primero suyo. Hizo, si mal no recuerdo, 2 h 30 min. A la mañana siguiente se levantó adolorido pero sobre todo pensando que fácilmente podría cronometrar abajo de 2 h 25 min. Su entrenador lo detuvo.
“Un maratón más es un maratón menos”, me dijo probablemente repitiendo las palabras de su maestro, porque eso suele ser un entrenador. “Tienes 43 años, te quedan máximo cinco maratones para mejorar tu tiempo. Eso quieres, ¿no?”, me cuestionó y en ese instante no supe bien qué responder porque sentí esa impostergable impaciencia de los anhelos y la soberbia de quien ya convirtió en realidad uno.
¿Por qué correr máximo dos maratones al año? ¿Por qué no correr cinco o siete, o quince, como un amigo mío? ¿Por qué no comerse la vida de un bocado?
Y es con esas preguntas que vuelven a mi mente las palabras de otra maestra con la que tuve la fortuna de coincidir en este plano. Me acuerdo la vez que le externé mi frustración de no poder escribir nada nuevo cuando recién había acabado mi segunda novela. Me respondió que era natural, que había que guardar un tiempo, asimilar la experiencia, la historia, dejar que se asentara hasta poco a poco vaciarme de ella, de sus resultados, de la experiencia, de sus efectos, del desgaste, de las expectativas.
Y así como con la inspiración, con el tiempo también hay que saber jugar, pues al final siempre gana, no importa cuán invencibles nos creamos. Por eso tenemos que cuidar mucho lo que tanto deseamos.
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Columna publicada en el periódico El Universal.