Romper récords (o llegar a la Luna).


Ser hijo de un millonario no garantiza el éxito, así como tampoco haber nacido en Kenia es augurio de ser el mejor corredor. Tampoco tener talento para la música implica ser un virtuoso, pues, precisamente, virtuoso se define como aquel que se ejercita en la virtud u obra según ella. No hay consignas, casualidades ni secretos, para ser grande hay que ejercitar lo que sea que uno haga bien.

“Exclusivamente los disciplinados en la vida son libres”, escribió Eliud Kipchoge en su twitter antes de romper el récord del mundo de la maratón en Berlín, el mismo hombre que de niño pedaleaba su bicicleta desde la granja donde creció, hasta el pueblo de Kapsabet, adonde vendía las botellas de leche que él mismo enfrascaba para ayudar a su familia. La disciplina se mama.

Es verdad, Eluid nació en Kenia, pero fue su determinación y no la geografía ni su genética la que lo llevó a convertirse en el más veloz de la historia en los 42 kilómetros. Todos los días corría tres kilómetros para llegar a tiempo a la escuela. Quizás desde entonces fantaseaba con batir sus propios récords, pues, para triunfar en lo que uno ama se requiere también imaginación. O pregúntenle a J.K. Rowling. 

Joanne Rowling, quien sustituyó su nombre por la iniciales “J” (de Joanne) y “K” (en honor a su abuela Kathleen) por temor a que su primer libro no se vendiera si la gente se enteraba que era mujer, no sólo despedazó todos los récords de ventas, sino que marcó a toda una generación que ahora cree en la magia de las personas comunes como ella, quien, después una profunda depresión, decidió no desaparecer y mejor se convirtió en una de las mujeres más admiradas sobre la faz de la tierra. Luego de sobrevivir varios años de la beneficencia pública, una mañana apareció en la cima de la lista de la revista Fortune de las mujeres más ricas del Reino Unido.

A través de sus letras, la escritora y creadora inglesa liberó a niños, jóvenes, adultos y viejos de la prisión de la aparente realidad y, además de adentrar a buena parte de la humanidad en la dimensión del ilusionismo, nos animó a combatir a nuestros propios dementores, esos seres oscuros en los que corremos el peligro de transformarnos si no utilizamos nuestros poderes. Bien lo contó en la pantalla otro romperécords, Alfonso Cuarón, el mexicano más chingón de todos, al ladito de Guillermo del Toro. Monstruos.

J.K. Rowling tocó con sus manos los cuernos de la luna, ese astro opaco que parece luminoso y que Iker Casillas recientemente cuestionó que hayan pisado Neil Armstrong y compañía, porque, sospecha, todo fue un truculento invento, ficción pura. Pero qué más da si lo que él hace son auténticos trucos para detener con guantes bolas de cañón. El icónico guardameta —que esta semana se convirtió en el único jugador con 20 ediciones de la Champions League—, hace ocho años conquistó la Copa del Mundo en Sudáfrica y, asimismo, rompió la idea de que los hombres no lloran –y menos de alegría y en público–, y quebrantó los protocolos televisivos al besar en los labios a la reportera que lo entrevistaba en vivo ante millones de sorprendidos. 

Pero el mayor récord de Iker ha sido vencer el sinsabor y el orgullo. Tras ser echado por la puerta de atrás del club de sus amores, cuya portería defendió siempre de frente, se mantuvo sereno y digno, como todo un cancerbero, como un guardián heroico con la mirada en alto, con honorabilidad. 

Su obra se tradujo al portugués y quién sabe a cuántas otras lenguas. El hijo predilecto del municipio madrileño de Móstoles, a sus 37 años es todavía emulado por miles de niños que portan la playera del Porto y de infinidad de clubes, porque los astronautas terrestres que rompen récords con el corazón, imponen marcas en el alma de la gente, no importa a que equipo le vayan.

Corría el año 2002. A las 19:45 hrs. del 15 de mayo, el Real Madrid disputaba la final de la Champions League contra el Bayer Leverkusen en el Hampden Park, en Glasgow, Escocia. En aquellos días yo vivía en la capital española y salí a ver el festejo por las calles, los galácticos se llevaron el triunfo 2 a 1 con sendas atajadas de Casillas. Traigo esto a cuento porque mientras escribía estas líneas sobre personalidades Guinness, he corroborado que todas las historias están engarzadas de una u otra forma y que, al final, todos somos una constelación:

De la celebración en el Paseo de la Castellana acabé, por azares del destino, en una mítica sala de conciertos en la calle Princesa, la Sala Arena. Cuando entré, la banda que se presentaba aquella noche ya había comenzado. Su vocalista y líder anunció la siguiente canción: “El hombre del espacio interior”. Así conocí a La Habitación Roja y meses después edité en México su disco 4, de la mano de su entonces disquero, y hoy también mi amigo, Roberto Nicieza.

La Habitación Roja 4
La Habitación Roja 4

A pesar de que aún no llenan estadios ellos solos, los integrantes de La Habitación Roja son auténticas estrellas, y el verdadero rockstar de esta historia de seres que rompen récords es, justo, su capitán y cantante, Jorge Martí Aguas, un hombre con una doble vida: la de los escenarios y la de tras bambalinas, en la cual trabaja de enfermero en turno nocturno durante los inviernos en un centro para pacientes terminales que sufren de Alzheimer y demencia. Los héroes también pagan hipoteca. 

La clínica se ubica en un pequeño pueblo de Noruega, donde vive con su esposa y sus dos hijas mientras no gira por España y México. Claro que sería más fácil encontrar un trabajo en España y estar permanentemente cerca de su banda, pero cuando uno crece la vida a veces es difícil y de pronto no queda más que resignarse y adaptarse con una media sonrisa a las circunstancias. Pero esa es otra historia que pronto podrán conocer en el documental «In the Middle of Norway», la historia de un auténtico Harry Potter, de un tipo mágico de carne y hueso.

No estoy seguro si será tan famoso como Kipchoge, Rowling o Casillas, mas sí sé que ya rompió todos los récords, límites y ataduras, y que ha impuesto marcas imborrables de amor en los suyos, que eso, al fin y al cabo, es lo que queda para la Historia, como cada vez que un ser humano llega a pie a la Luna o en taxi a Venus. 

Twitter: F.J. Koloffon
FB: /FJKoloffon
Contacto: fjkoloffon@fjkoloffon.com
Columna publicada en el periódico El Universal.
Romper récords
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