Generalmente, como ya lo había dicho, los grupos de corredores en Facebook se distinguen por sus preguntas y comentarios estúpidos. Uno es tonto también porque ahí sigue, supongo para sentirse un poco más inteligente que el resto. Sin embargo, el día de ayer me llevé una grata sorpresa.
Un tal Antonio Jareño publicó una fotografía suya a punto de cruzar la meta del maratón de Murcia, con el siguiente pie: “Pasar de tener sobrepeso y haber tenido una cirugía de corazón a los 54, a correr un maratón en 3:23 horas a los sesenta. Parecía imposible, ¡así que tenía que hacerse!”.
“Parecía imposible, así que tenía que hacerse”, que consigna tan más reveladora y qué manera de renovarse de Antonio Jareño. No estoy seguro si me impactó por ese fabuloso tiempo a esa edad y recién operado, o más bien porque relacioné su caso con el de mi suegro, quien hace justo un año entraba a quirófano sin saber si saldría de ahí con vida, o en qué estado. «¿Sí está usted consciente de que puede morir en la operación, licenciado?», le preguntó a bocajarro el cirujano antes de comenzar el complicado e incierto procedimiento .
Hoy, Xavier —que también antes de la cirugía me pidió que nos dejáramos ya de formalismos y le hablara por su nombre los días que le quedaran— evita usar el bastón. Prefiere recargarlo en una esquina y subir y bajar escalones por sí mismo para no hacerse a la idea de que solo no puede. Y ahora pienso: todo —o casi todo— está ahí, en hacernos a la idea. En los pensamientos positivos, que tanto chocan a los pesimistas.
Ahí está la clave y en el ejercicio, y nos lo podrá corroborar ese tal Antonio Jareño o Xavier, a quien desde sus primeros días de convalecencia mi esposa ya le ponía ejercicios que poco a poco subían de intensidad, hasta la fecha que camina solo media hora en la mañana y hace no sé qué tantas rutinas de fuerza.
Yo veo historias tan asombrosas como las de ellos y coincido con lo que escribe Julio Cortázar en Rayuela: «Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose». Entonces me imagino la vida dentro de nosotros, retorciéndose, batallando, encontrando cauce en la voluntad de quienes aman vivir y desean continuar o, incluso, empezar de menos cero, mermados.
Larga vida para quienes son condenados por los diagnósticos médicos y mejor optan por condecorarse con la medalla de una carrera o con el brillo gratificante de los nuevos amaneceres.
Estoy en Facebook, Instagram y Twitter. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.
Columna publicada en el periódico El Universal.