No estoy llorando, se me metió una causa común al ojo.


Cada que presencio o, más aún, cuando soy parte de una causa común, invariablemente, se me sale alguna lágrima, aunque nadie lo note. No soy dado a llorar en público, pero las concentraciones de personas me conmueven.

Las convocatorias que reúnen gente en sintonía con una misma intención, pueden ser muy armoniosas. Ya sea estar presente en la visita del Dalai Lama o de repente conocer el relato de una amiga que ya no cree en la religión y que se conmovió con la cantidad de feligreses aglutinados en la Plaza de San Pedro aplaudiendo las palabras por fin coherentes de un papa razonable, son situaciones que, por lo menos a mí, me pueden mover el corazón.

Recuerdo el primer concierto al que fui de Coldplay, cuando apenas acababan de lanzar su segundo álbum y así, sin más, eran mi grupo favorito. Al sonar las primeras notas de “In My Place” se me aguadaron los ojos, y cuando todos empezamos a cantar se me acabó de hacer un nudo en la garganta. Que afortunado me sentí de estar ahí con los demás seguidores, todos hechos uno.

Bueno, hasta el abucheo conjunto en el cine a los spots del Partido Verde me emociona, me invade una especie de esperanza que me hermana con los otros. O los días en que México juega un Mundial y propios y extraños tocamos el claxon, nos saludamos y festejamos o lloramos juntos. Y ni qué decir de imágenes como estas —a las que sólo consigo transportarme gracias a la imaginación que Dios me concedió—, que por más lejanas que sean me cautivan:

Podría atribuirle tanto sentimiento a las endorfinas que correr me produce, sin embargo, la verdad es que la unión de los seres humanos es estremecedora.

Justo eso ocurrió en el Pandatón, mil y tantas, o vaya a saber cuántas personas, enfocadas todas y cada una en un mismo objetivo —o, bueno, en dos—: acompañar a un amigo y ayudar a unos desconocidos. Fue conmovedor sentir esparcidos entre cada corredor la dicha y el agradecimiento de nuestro anfitrión, incluidos mi esposa y yo, con quien tengo la fortuna de compartir buena parte de estas carreras y de otras.

Hasta el fin (común).

*Gracias a Lalo López, al Pandatón, a Mayu Arredondo y a mis padrinos (madrinas).

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“Desde las alturas la Tierra se observa como una enorme esfera repleta de focos diminutos. Las concentraciones de individuos que unen plegarias por una causa común, son los conductores de energía que prenden cada bombilla, iluminando el planeta en el punto exacto del susurro colectivo, que basta con dos personas para considerarse así, colectivo. La luz de una casa se extiende a las vecinas y la de una ciudad se propaga a las contiguas, formando una larguísima cadena de luces que terminan por activar íntegro el circuito eléctrico del planeta, generando consciencia colectiva a chorros. Eso es tecnología, y de la fe de los hombres depende su funcionamiento y buen uso” (Texto extraído de “El trompetista”).

No estoy llorando, se me metió una causa común al ojo. was originally published on FJ KOLOFFON


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