Mario Arellano Méndez saluda con entusiasmo a quien pasa junto a él en la calle, es de esas personas a las que da gusto encontrarse. «Buenos días, buenos días», reparte a diestra y siniestra frente a la puerta tres de los Viveros de Coyoacán, donde lava coches hace 33 años, casi el mismo tiempo desde que perdió el brazo derecho por una descarga eléctrica.
Afuera de su casa, en San Bartolo del Progreso, unos cables de alta tensión le cayeron encima. Pasó semanas inconsciente y cuatro meses grave en el hospital; no murió de milagro. Poco a poco aprendió a usar el brazo y la mano izquierda.
«Tenía que cargar a mis hijos, íbamos para el cuarto cuando el accidente. Ahora puedo partir un palo con la izquierda, le agarro una hacha, barro la calle y no solo lavo coches, manejo estándar. Muchos me preguntan cómo le hago. Y, pues, la inteligencia, pero, sobre todo, aprender y acostumbrarse».
A sus 60 años, aún no hay pretextos para Mario. Todas las mañanas viene desde Tianguistengo, Estado de México, y a las 6:00 a.m. se le ve listo con su trapo para comenzar el primer coche del día. Lava cuatro o cinco y la mayoría de sus clientes son corredores que se estacionan sobre la calle de Melchor Ocampo, donde los vecinos le dejan llenar las cubetas en sus casas para facilitarle el trabajo.
«Tengo mucho que agradecer a quienes me ayudan. Especialmente a tantos corredores que hasta las llaves me confían. Gracias a ellos saqué adelante a mis cinco hijos. Todos tienen escuela y oficio. Trato de nunca pedirles nada, a mí me gusta venir a sacar mis centavos. En un buen día saco 270 pesos. Además, si me quedo en casa, la señora nomás me regaña y me pone hacer no sé cuántas cosas», y ambos sonreímos.
Conforme escribo estas líneas, contemplo mis manos. También las de Ennio Morricone, quien hoy ha muerto y al que simultáneamente veo dirigir «The Crisis» (de sus canciones mi favorita) en uno de sus conciertos en Youtube. ¿Qué haría yo sin ellas?, ¿cómo escribiría? ¿Qué sería de cualquiera?, me pregunto y regresan sus valientes palabras: “aprender y acostumbrarse”.
Los meses pasados sí lo apoyaron sus hijos. Hubieron días que la calle estaba vacía. Ni un auto, ni una persona, nada. De transporte paga 70. Pese a las circunstancias, Mario es de los que se les nota el buen ánimo desde que te acercas. Quienes atraviesan por su campo energético salen optimistas.
Corredores, seamos esa gran comunidad que somos. Si pasan por donde Mario, salúdenlo. Nadie va a ayudarnos, eso ya está claro; convirtámonos en el ejemplo. Hay gente que nos necesita. Pienso asimismo en tantos músicos ambulantes que han llenado las ciudades de música, pero que, a diferencia del genio italiano, pasarán desapercibidos. Juntemos tenis en buen estado para ellos que caminan y caminan. Pensemos qué hacer, hagámoslo, actuemos.
Como bien dice la escritora Mary Ann Evans: que el bien siga creciendo en el mundo depende en parte de actos no históricos.
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Columna publicada hoy en El Universal Online.