Los que se superan.


La semana pasada, miles de niños concluyeron el curso escolar. El martes le tocó a Paula Koloffon, mi hija de en medio. Su última clase, vía Zoom, fue con “la miss Clau”, cuya voz, de pronto entrecortada por la señal y a veces por la emoción, me hizo detenerme cuando me disponía a salir a la oficina.

«Voy a extrañarlos. Gracias por hacerme feliz y por ayudarme también ustedes a mí en los momentos que los necesité, como con la tecnología. Me habría gustado abrazarlos, no todos los días se acaba sexto de primaria. Siempre van a estar en mi corazón. Nos vemos todavía el jueves en la ceremonia de graduación, ¿ok?».

Me conmoví tanto como la maestra y sus preadolescentes alumnos, quienes a causa de la cuarentena no pudieron ni recoger sus mochilas en la escuela, ni recuperar sus cuadernos, algunos quizá preocupados de que alguien descubra el nombre de quien les gusta, trazado en las últimas hojas. Tantos pendientes, asignaturas, el torneo interescolar de futbol y quién sabe cuántas miradas de reojo inconclusas que no aparecerán en la bodega de las cosas perdidas, porque —según recuerdo— a esa edad ya se siente y las separaciones lastiman.

Durante la videoceremonia, los papás debíamos silenciar un instante los micrófonos para dirigirles unas palabras en privado a nuestros hijos. Sin embargo, una familia olvidó apagar el suyo y, así como me pasó con el emotivo mensaje de la miss Clau, no pude evitar escuchar lo que le decía el padre a su hija:

“Felicidades por culminar esta etapa, pero, especialmente, por ser de las que se superan. Hay quienes nacen con un don muy concreto: con una voz privilegiada o un virtuosismo para los instrumentos; o para algún deporte; la escuela, incluso las matemáticas; para los idiomas o las artes. Tú, en cambio, posees la virtud de superarte, y ahí está el camino al éxito. La genialidad no garantiza nada si no se fortalece, así que recuerda que no eres la mejor, pero que si te aferras puedes serlo”.

Entonces me acordé de tantos retos que ha superado mi Paula: una audición de más de 300 niñas para finalmente quedar —a sus siete años— en el elenco de Annie el musical, en el Teatro Insurgentes, para lo cual tomó clases de canto durante un año; el futbol, que no se le daba, y en el que a base de entrenamientos se convirtió en la guerrera del equipo; la escuela, que tanta flojera le causaba, pero para la que nunca nos ha pedido ayuda para estudiar.

Y como debo escribir todos los martes una columna deportiva, por supuesto pensé también en los deportistas mexicanos de esa raza, la de los que aprendieron a superarse desde pequeños, y quise hacer aquí un pequeño recuento: Alexa Moreno, la gimnasta mexicana más perseverante y destacada, aun contra las críticas y burlas; Jahir Ocampo, clavadista hecho en México salto a salto; Gerardo TorradoJuanzon Beltrán y Carlos Salcido, sin demasiada técnica, aunque férreos, sobresalientes y líderes; Jorge «El Travieso» Arce, pugilista poco fino, resistente y muy recio; María del Rosario Espinoza, taekuandoina, campeona olímpica enjundiosa; Belem Guerrero Méndez, ciclista dedicada hasta las últimas consecuencias; Los Niños Triquis, luchadores del basquetbol, y Los Niños Milagrosos de Guadalupe Monterrey, ganadores de la Serie Mundial de Ligas Pequeñas, cuyas familias originaron el famoso “¡Sí se puede!”.

Jóvenes, sí, sí se puede. Es posible si se entregan, si tienen claro que no son los mejores y si se convencen de que pueden serlo.

Estoy en TwitterFB e IG como @FJKoloffon.

Columna publicada en el periódico El Universal.


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