¿Qué dirá toda esa gente que está a punto de enfrentar una situación crucial en su vida y se pone a hablar sola, a decirse cosas a sí misma, a veces mirando al cielo y otras cerrando los ojos, incluso con las palmas de las manos juntas, pegadas al pecho? ¿Qué tanto se dicen al apretar los puños?
Todos los hemos visto: en los templos, durante un examen, cuando van a tirar o si pretenden detener un penalti, al abrir el sobre de los análisis médicos. Yo la semana pasada vi a varios en el Mundial de Atletismo de Oregon, instantes previos a sus respectivas pruebas: en el salto de jabalina, los de decatlón, mujeres y hombres en las finales de los 100, 400, 800, 1,500 y 5 mil metros. Varios hablaban consigo mismos antes de lanzarse a la pista, a sus respectivos desafíos.
«Lo más importante de una persona, lo que no sólo define su estado de ánimo sino que además marca su destino, es su diálogo personal, esa plática íntima que se sostiene a solas», nos comentó coincidentemente la doctora Mónica McArthur a mi esposa y a mí tras una consulta que le hicimos.
«La charla que mantenemos con nosotros, en silencio, es determinante en nuestro porvenir. ¿Qué nos decimos cuando nadie más escucha, cuando nos encontramos solos? No hay nada más trascendental para una persona que esa conversación interna», nos reiteró y yo no conseguía dejar de pensar en ello al ver a esos atletas convenciéndose a sí mismos de que eran capaces, de que podían superar a los otros, de que eran los mejores. El domingo, dos de ellos rompieron récords mundiales tras reiterarse —como auténticos locos— que sí podían. Yo los vi en la tele.
Si existe evidencia científica, no lo dudemos; convenzámonos, alentémonos, seduzcámonos, persuadámonos. Hablémonos. Encontrémonos tiempo para llamarnos, para establecer la gran comunicación. Insistámonos en que podemos, en que somos capaces, en que la vida es benevolente con nosotros, con quien cree, con quien confía en sí. Digámonos cosas buenas y cuidemos nuestro diálogo secreto. Fomentémoslo.
Parezco disco rayado, me lo repito insistentemente a mí mismo: apaga el celular y date un tiempo. Ve a la cama y habla contigo, de tus planes, de tus propósitos, de tus sueños. Confiésatelos y entonces duerme. Luego despiértate y di y convéncete, como aquellos atletas superdotados, que eres capaz, que vas a conseguirlo y lograrlo. Repite las afirmaciones positivas y levántate de la cama como si hoy fuera el día de esa gran prueba, aunque en realidad no tengas demasiado que hacer.
Sintoniza con tu voz y convéncete, pero, sobre todo, escúchate.
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Columna publicada en el periódico El Universal.