Los hay medianos, altos, delgadas, de hueso ancho, pequeñas, chaparros, espigados y hasta uno que otro obeso a quien se le ve sudar la gota gorda porque está harto de serlo. Yo les aplaudo o les digo “¡Vamos!” cuando los veo correr exhaustos con tantísimo peso encima. Nadie imagina el esfuerzo y la valentía de completar uno o dos kilómetros así.
Pero sí, son de todas las estaturas, tallas y edades. Pueden comenzar muy jóvenes en las competencias escolares, o participar a los 60 años en su primer maratón. Eso da igual, lo importante es en lo que se convierten. Cuentan que con sus zapatos puestos, vayan lento o rápido, se vuelven libres y recuerdan entonces que son capaces de todo. Da igual si son Adidas, Asics, Charly, Nike, Reebok, Saucony o Newton, eso es lo de menos. Lo de más es lo que sienten y eso es precisamente lo que los une, ESA sensación.
Están los que llevan recordatorios tatuados en la piel y los que repasan pendientes mientras trotan. Quienes van con gorra, con gafas para impedir que les pegue en los ojos el aire, o los que de plano corren con anteojos para no tropezar. Eso sí, cuando dos de ellos se cruzan en el camino, da igual en donde sea, casi siempre se saludan, se conozcan o no. Es como si fueran una hermandad, o una fraternidad como la masonería pero en shorts.
Podrían, de hecho, ser un país, uno donde caben las diferencias, las preferencias, la diversidad, y en el que no importa la política, la raza o la religión. Un país donde se respetan las opiniones y lo que cada quien guarda en su iPod, como si se tratara de himnos. Un país cuya bandera dibuja exclusivamente un par de zapatos deportivos —sin marca ni distintivo—, como el símbolo que los identifica y los hace iguales a pesar de todas sus disimilitudes. Y abajo de estos el lema: “Avanza a donde seas”.
A unos les queda poco pelo, otros se dan el lujo de rapárselo. Muchas, a todas luces, se lo pintan en un intento de ocultar los años, y alguno para denotar que es distinto. Hoy vi a uno con copete teñido de rosa y amarillo, veloz y orgullosísimo, de zancada tan amplia como su sonrisa, con apariencia de creativo publicitario y una dignidad envidiable.
Hombro a hombro corren directores generales, mensajeros, pintores, mecánicos, abogados, obreros, músicos, pasantes, jubilados, gente de la televisión, servidores públicos, doctores, militares, invidentes, emprendedores, activistas y, de repente, hasta algún escritor. Pero eso también da lo mismo, porque es raro que se pregunten entre ellos a qué se dedican, simplemente saben que todos están ahí para lo mismo, para sentirse mejor cuando cada quien regrese a lo suyo.
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Columna publicada en el periódico El Universal.