El curioso caso de Emilio Lezama, escritor mexicano que a sus 32 años quiso convertirse en futbolista profesional.


La gran mayoría de los niños del planeta comparte un sueño: ser futbolistas profesionales. Sin embargo, aunque nunca se deja de fantasear con la pelota, el deseo se diluye conforme crecen, hasta perecer, salvo contadas excepciones, en quien a sus 18 años no pudo cumplirlo.

Allá en 2020, cuando su madre estaba en su lecho de muerte, Emilio Lezama, escritor y también columnista del periódico El Universal, le anunció que lo intentaría. Si bien desde niño jugó en distintos equipos y se tomaba el futbol muy a pecho, para su familia siempre estuvo claro que su camino sería el académico.

El mejor mundo posible (Emilio Lezama)

Pero hay momentos, como esos donde la luz de un posible desenlace nos ilumina, que nos devuelven la claridad del porqué nacimos. En plena pandemia, a sus 32 años y a cargo de su propia agencia de comunicación, Emilio decidió que, como fuera, se convertiría en futbolista profesional.

“Conociéndote, seguro lo lograrás, hijo”, recuerda que le dijo Elsa su mamá cuando se despidieron.

Soñador, pero también realista, Emilio sabía que en México resultaría imposible, tanto por la cantidad como por el nivel de jugadores jóvenes que se desviven aquí por ello. Fue entonces que vino a su memoria aquella verdísima cancha de futbol que años atrás pisó en una visita relámpago a la ciudad de Panamá, durante una escala de nueve horas.

Cancha de pasto natural

Enseguida se hizo una selfie con saco y corbata, la subió a su perfil de Twitter y empezó a contactar directivos y entrenadores de equipos profesionales panameños.

Emilio, trajeado

“La mayoría me contestaban porque mi cuenta estaba verificada y pensaban que era un empresario mexicano que quería comprar sus clubes”, cuenta Emilio, quien, una vez que establecía comunicación, les contaba sus verdaderas intenciones: “quiero probarme en tu equipo”.

Todos lo bloqueaban, hasta que un tal Profe Perlo, del Club Atlético Independiente, cometió el error de darle su WhatsApp para que le explicara más. Con su seductora prosa le insistió tanto que aceptó, siempre y cuando llegara a probarse a Panamá antes del arranque de la temporada, en pleno confinamiento y con las comunicaciones aéreas cerradas. Algo que parecía imposible.

Primer Whatsapp
Segundo Whatsapp
Tercer Whatsapp

Emilio monitoreaba a diario el espacio aéreo y entrenaba día y noche en el patio de su casa, hasta que el 14 de octubre —un día después del que hubiera sido el cumpleaños de su madre y tres antes del comienzo de la liga panameña de futbol—, abrieron el aeropuerto de Tucumen, adonde, temerario, aterrizó a tiempo…

Emilio avisó al Profe Perlo que ya estaba allí, en Panamá.

“¡Pero qué dice! ¡Cómo se le ocurre!, ¡yo pensé que esto no iba en serio! ¡No puedo recibirlo, muchacho, estamos en burbuja de concentración para la Concachampions!”, y le colgó.

Desconcertado, pero decidido, se instaló en un apartamento, compró una caña de pescar, un balón y durante cuatro días, mientras jugaba en el malecón, no le dio tregua por teléfono, hasta que, completamente hartó, el Profe le indicó dónde presentarse a la mañana siguiente para la prueba.

Los panameños cuchicheaban, querían saber de qué jugaba. Intuían que el mexicano suplantaría al desdichado que ocupara su posición, hasta que, para infortunio de Emilio, ni los tiros a balón parado le salieron con dirección a portería.

Una mala prueba

Con los ánimos apachurrados, se marchó al airbnb para hacer su maleta de regreso. Conforme guardaba la ropa le volvía la tranquilidad de, cuando menos, haberlo intentado. En eso, sonó el celular, era Perlo: “Le voy a dar una semana, mexicano. Preséntese mañana con todo el grupo”.

Su desempeño mejoró notablemente esos días y, al no suponer mayor amenaza a la titularidad de los jugadores, la mayoría lo recibió bien. Su carisma ayudó a que, lejos de querer romperlo, lo cuidaran.

“Yo no puedo pagarle, ni tampoco asegurar su debut, pero su confianza, entrega y locura no me dejan otra alternativa que invitarle a formar parte del equipo. Usted decide”, le comunicó el Profe Perlo al final de la semana.

Emilio avisó en primer lugar a su padre, luego a los colaboradores de su agencia y, finalmente, tras evaluar cómo les explicaría, a sus clientes: Alfonso Cuarón, Luis Mandoki, Alondra de la Parra y Michel Franco, quienes no sabían bien qué responder al otro lado de la línea.

“Todo va a estar bien, sólo ténganme un poco de paciencia, pues no podré contestarles si me llaman durante los entrenamientos”, les pedí.

Como la mayoría de los sueños, el futbol es increíblemente romántico en la cabeza, pero trabajarlo en la realidad es muy duro. Enfrentarse a profesionales, a su destreza, su musculatura y a su hambre y sed, poco tiene que ver con lo que imaginas.

Un sueño agotador

“Fue agotador. Las prácticas, los interescuadras, los choques, el tú a tú. No obstante, resistí y, por fin, me convocaron. Pero la vida me tenía preparada una sorpresa: un esguince de tercer grado”.

Aquella temporada el C.A.I. fue campeón. Emilio no jugó, pero aparece en la fotografía oficial, guarda su medalla y grandes recuerdos.

¡Campeones de la 1a división de Panama!

Para su asombro, ya de vuelta en México —donde satisfecho y agradecido de la experiencia se recuperaba de su lesión—, el Profe Perlo volvió a buscarlo y lo convocó para encarar la nueva temporada, en la que, ahora sí, Emilio Lezama, el escritor y comunicador mexicano, debutó en el futbol profesional de Panamá.

Meses más tarde colgó definitivamente los tenis y retomó las riendas de su agencia, aunque recientemente empezó a tomar un curso en la FEMEXFUT para convertirse en director técnico.

No dudo que, desde donde esté, su mamá diga: “Conociéndote, hijo, seguro vas a lograrlo”.

Lo hizo

Estoy en FBTwitter, IG y LinkedIn como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka. Texto publicado en el periódico El Universal (parte 1 y parte 2) .

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