[Sábado 23 de junio, 2018, 17:54 hrs., Rostov del Don, Rusia. Partido de la fase de grupos Corea vs México de la Copa Mundial de la FIFA]
Algo se veía venir cuando la cámara de televisión enfocó a los seleccionados mexicanos entonando su himno nacional, especialmente a Javier Hernández, el “Chicharito», previo al encuentro contra Alemania, la todavía campeona del mundo. El exjugador de la Chivas del Guadalajara, del Manchester United, Real Madrid, Leverkusen y actualmente del Westham, sonreía, lloraba, respiraba hondo, reía, cantaba, imaginaba.
Se sentía desde entonces que este sería un mundial único para ellos y su gente…
Hoy, minutos antes de que comience el partido contra la selección de Corea del Sur, no es distinto, aunque sí diferente: justo cuando ha comenzado a sonar el himno de México, los once jugadores de jersey blanco con la fina bandera verde, blanca y roja atravesándoles en horizontal el pecho, se han arrodillado en el césped con el puño del brazo derecho en alto, ante la mirada atónita del árbitro, de sus contrincantes y de todos los aficionados presentes en el estadio Rostov Arena.
Pero los seguidores del Tri rápidamente han comprendido el mensaje: se trata de una protesta contra Donald Trump, un llamado a la humanidad luego de que el presidente más cruel de los Estados Unidos activó una política de tolerancia cero que separó a miles de niños de sus padres en la frontera sur del país de las barras y las estrellas, que centellean como nunca en señal de peligro.
Esto es de escalofrío, comienzan a levantarse los puños en las gradas… Con toda razón.
Da igual si son niños mexicanos, guatemaltecos, de El Salvador, de Honduras, islandeses, japoneses, noruegos o de Filipinas, porque ahora todos y cada uno de estos niños se han convertido en hijos del mundo, sin una nacionalidad más que la del corazón. Por eso tenemos que ver por ellos y voltear con toda nuestra atención allí, a las jaulas donde han sido encerrados como si fueran animales peligrosos y no los seres más vulnerables sobre la faz de la tierra.
El daño está hecho. Las imágenes son desgarradoras, los audios estremecedores, un grito de desesperación. Chicharito probablemente los escuchó, por eso esta vez la composición de sus lágrimas es más bien amarga y no como la del domingo pasado. Luce conmovido, no tanto inspirado, de pronto un poco descompuesto a cuadro. A su derecha, Héctor Moreno tiende su brazo izquierdo sobre el hombro de su amigo Javier, quien enseguida replica el gesto a su izquierda con el otro Héctor, el HH. Éste, a su vez, con Oribe Peralta, y así, sucesivamente, uno a uno los vemos con el puño derecho arriba y la mano izquierda que abraza a su compañero de al lado.
Varios jugadores del combinado azteca tienen hijos y, como cualquiera que los tenemos, podemos suponer lo que debe sentirse que te separen de ellos, saberlos solos —o, peor aún, rodeados de inhumanos imbéciles, custodiados por autoridades amorales—, entre rejas, desprotegidos, a merced de un trastornado, el hombre más poderoso del mundo.
La banca y el cuerpo técnico de los mexicanos, encabezados por el colombiano Osorio, hacen lo propio, él respira muy profundo en un intento por contener el llanto. Lo logra. La señal de televisión oficial muestra lo que sucede ahora en las tribunas a pesar de la sensación de que podrían interrumpir la transmisión en cualquier momento, como cuando algún espontáneo desnudo entra a un campo de juego y las cámaras enseguida cambian de dirección para no darle difusión y evitar así que sea emulado.
Las protestas están prohibidas en el reglamento de la FIFA, especialmente si son políticas o de repudio a gobiernos. Entre los directivos hay un desconcierto absoluto, se miran uno a otro sorprendidos en el palco de la organización al percatarse de que ya no son exclusivamente los futbolistas mexicanos quienes alzan el puño; el público, inesperadamente, se ha contagiado. El estadio completo levanta en alto la mano derecha y la aprieta con fuerza. Quién no va a despreciar algo tan abominable y ruin.
En la arena de Rostov hay por lo menos 45 mil almas que no van de acuerdo con el rumbo de las cosas, porque esta crisis migratoria en el continente americano es solamente uno de tantos focos rojos de este planeta que debería ser un refugio de niños, jóvenes, adultos y viejos de cualquier raza, color, sexo y filosofía, un lugar al que todos, sin excepción, pudiéramos llamar casa.
A muchos aficionados se les escurre alguna lágrima, y apuesto que afuera de este recinto de la pelota se cuentan por millones los tocados, es la magia del futbol, algo que no es capaz de lograr ni el líder más carismático de la orbe, ni un tratado de paz, ni un costal de dinero: unir a las personas.
Los coreanos, que, por cierto, ayudaron a rescatar víctimas en en la Ciudad de México tras el terremoto del 19 de septiembre, ya también se arrodillan. Los recorre el sentimiento desde la coronilla y a través de la columna, a ellos y a la multitud. Qué mexicano hubiera pensado que este duelo iba a ser más emocionante que el primero contra los germanos, incluso antes de empezar. Este es el partido donde México realmente ha hecho historia. No hay antecedentes de un suceso así en el futbol, aunque la imagen evoca a Colin Kaepernick, el quarterback de los 49’s de San Francisco que originó las protestas rodilla en suelo durante el himno de los Estados Unidos al principio de cada juego, en rechazo a la opresión contra las personas de color por parte del mismo personaje que nos tiene con los puños levantados: sí, Donald Trump.
En represalia, Kaepernick fue marginado de cualquier franquicia de la NFL, y de ser una de sus máximas figuras y ocupar las primeras planas de los diarios, hoy simplemente es un recuerdo, pero de esos que no se olvidan, pues, a pesar de las multas, las amenazas y las advertencias, nadie consiguió acallar su voz ni desenterrar su rodilla de la tierra. “Ceder sería como si me arrancaran mis principios y certezas. Para mí, esto es más grande que el deporte y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado», dijo Kaepernick.
Es posible que la FIFA abra un expediente en contra de la Selección Mexicana, que la amoneste, que le quite tres puntos o hasta que la expulse o le quite el Mundial de 2026, pero, efectivamente, hay situaciones más importantes que gritar con vehemencia un gol, como el clamor de la muchedumbre ante las injusticias y abrirle los ojos al mundo para enfocar la atención a donde se atenta contra lo más preciado que tenemos: la inocencia.
Ha terminado de sonar el himno de México y absolutamente todos los asistentes al estadio apuntan el puño arriba, es una escena sobrecogedora, más poderosa todavía que la ola del ’86 en el Azteca, con la fuerza suficiente para convertirse en una marea humana que inunde los demás estadios y que refresque el espíritu de mujeres y hombres por igual.
—Habría que revisar si no sucede lo mismo en la frontera mexicana con Centroamérica —comenta el único beliceño presente en el estadio a su esposa de Nicaragua.
—Así es. Los niños, todos los niños, tendrían que estar jugando a la pelota.
Close your eyes
Have no fear
The monster’s gone
He’s on the run and your daddy’s here
Beautiful, beautiful, beautiful
Beautiful boy
Beautiful, beautiful, beautiful
Beautiful boy
[Cuento inspirando hechos reales]
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