Era 5 de agosto de 2004, cumpleaños de mi papá. Fuimos a cenar con él mi mamá, mis hermanos, la que entonces se acababa de convertir en mi novia —hoy mi esposa— y yo, que le llevaba un regalo especial por sus 54 años, en una envoltura que lo escondía casi tan bien como el tiempo que me tardé en prepararlo.
Justo antes de que llegara el postre lo puse sobre la mesa.
—Te tengo un regalo, pa.
—Qué misterioso, ¿qué será? —decía mientras quitaba las tres capas de papel con que lo resguardé, hasta que por fin vio que se trataba de un grueso texto engargolado. —¡Oye, qué bien, tu tesis de la maestría!
Recién había regresado de estudiar un master en criminología en Madrid, donde descubrí que los cadáveres me provocaban unas incurables ganas de vomitar.
Cuando mi padre se percató de que mi tesis se llamaba “El astronauta terrestre” y de que se trataba más bien de una novela, no supo bien qué decir. Me miró completamente extrañado durante el resto de la cena y de la semana sin decir mucho, hasta que varios días después, luego de que cerró la última página del manuscrito, se me acercó:
—Qué bien guardado te lo tenías. ¿Lo va a publicar alguna editorial? Si no, yo te ayudo a imprimirlo. Y así lo hizo.
En tres semanas sale la segunda edición de El Astronauta Terrestre, pedidos a contacto@lanoveleria.com o al número fijo en la CDMX (55) 8436 7726.
Gracias a todos.