Inevitablemente, cada cuatro años me pregunto qué será de mí en cuatro años más: ¿quién se encontrará junto a mí?, ¿dónde estaré viviendo?, ¿me quedará todavía pelo?, ¿cuánto dinero tendré en el banco?, ¿habré publicado otra novela?, ¿un cuento?, ¿seguiré corriendo a buen ritmo?, ¿con quién estaré viendo el partido inaugural del próximo mundial de futbol?, ¿será en una pantalla o en la tribuna?
Soy muy dado a pensar en el futuro, a imaginar dónde me encontraré en cierto tiempo, y la Copa Mundial de la FIFA es una buena referencia. Cuatro años es un periodo considerable para que sucedan cosas importantes, para que la vida te lleve a otros sitios o te quite las ganas de moverte, para consolidar proyectos y planes, para que ocurra lo más inesperado. Aquel hermoso partido de México contra Alemania, apenas en 2018, todavía lo vi en mi casa con mi papá. En cuatro años puede pasar todo.
Desde hace varias ediciones del máximo torneo internacional de futbol por excelencia —cuando menos cinco—, de pronto un buen día me veo ahí sentado frente al televisor mirando alguno de los partidos, y sin siquiera pensarlo me pregunto con absoluta seriedad: “¿Y cómo será mi vida el próximo mundial?”.
El domingo nos tocó juego de Lorenzo mi hijo a las ocho de la mañana, muy cerca del parque y la pista para correr de El Ocotal, en el Estado de México. En las gradas los papás empezamos a platicar sobre Qatar. Que si no van a vender cervezas en los estadios por aquello de la religión, que si la gente tendrá que ir a las islas del Fan Fest para pedir una copa, que si le vamos a dar la sorpresa de su vida a Argentina, que si el quinto partido, que si fue o no una locura organizar allá el torneo con semejantes temperaturas. Cabe mencionar que el campeonato master de atletismo de nuestro país se celebra esta semana en Mérida, Yucatán, a temperaturas cercanas a los 30º centígrados. A veces así es, y ya.
Cuánta curiosidad genera el futuro, el no saber a ciencia cierta lo que nos deparará el destino. El desconocimiento del porvenir llega a ser desconcertante, aunque en la incertidumbre se da también una sensación mágica, un misticismo que no necesariamente implica endilgarle nuestro devenir al azar o a la casualidad, sino a una convicción muy particular de que el universo es una gran cancha de infinitas posibilidades, un interminable césped lleno de porterías que están ávidas de goles.
Ya sólo faltan unos meses para que vuelva a surgir la pregunta: ¿y cómo será mi vida dentro de cuatro años?
Estoy en Facebook, Instagram y Twitter. Trabajo en Koloffon Eureka y en La Novelería.
Columna publicada en el periódico El Universal.