Podríamos decir que el año ha terminado. Si habláramos en términos deportivos —como lo requiere esta sección del periódico—, nos encontraríamos en los minutos de compensación de un partido de futbol cuyo resultado ya poco puede cambiar. No queda la esperanza de una sorpresa. A estas alturas podemos decir, sin miedo a equivocarnos, si ganamos o perdimos. O si quedamos a mano.
¿Cuántos golpes les puso la vida? ¿Cayeron de bruces al suelo en estos 365 días? ¿Cuántas veces se levantaron? ¿Libraron los obstáculos? ¿Alzaron los brazos al cielo? ¿Cómo acaban el año, apreciados amigos?: ¿tristes, motivados, hartos, sin consuelo, adoloridos pero intactos, con ilusión, satisfechos, enojados, ebrios, serenos? No fue un año fácil casi para nadie, pocos pueden presumir que les haya ido como al Canelo.
Pero antes de pronunciar su veredicto, deténganse un instante a pensar qué significa realmente ganar y perder.
El domingo corrí el Medio Maratón de la CDMX y, unos metros después de la meta, me encontré a varios conocidos. Entre ellos una amiga que llegó todavía jadeando, aunque pletórica. «¡¿Cómo te fue?!», le preguntaron en medio de la emoción de todos los que concluimos los veintiún y pico de kilómetros. «¡Te ves muy bien ¡Y enflacaste mucho, ¿verdad?!».
Ella explicó que no era sólo a causa de la preparación para la carrera, sino de que acababa de pasar recientemente por el quirófano. «Entre la cirugía y entre que unos días antes rompí con Perengano, entre que sigo sin chamba y esto no repunta, pues sí, llevo varios kilos». Cualquiera diría que, en efecto, acababa de recibir una paliza, pero la mujer sonreía como si acabara de romper el récord del evento.
«Bueno, pero hoy corriste muy bien», le respondí espontáneamente y acto seguido un amigo suyo soltó una carcajada y un comentario tan irónico como sincero: «¡El mundo se cae a pedazos pero hoy corriste muy bien, ja ja ja¡». Y en ese instante así tal cual parecía, pues estábamos ahí, eufóricos, y nada más.
Me queda claro que la felicidad no es una colección de momentos, ni un balance entre lo malo y lo bueno donde el saldo es necesariamente positivo. Tampoco es el predominio del brillo respecto de lo oscuro, no. La felicidad, a mi parecer, es ese santiamén muy particular que te devela que has hecho lo correcto y que seguiste el camino que te da sentido, esa senda donde se encuentra la certeza fugaz de querer seguir. Porque, finalmente, ahí está la victoria, en el deseo de continuar a pesar de la incertidumbre.
Y, ahora sí, ¿cómo les fue a ustedes en 2021?
Estoy en Facebook, Instagram y Twitter. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.
Columna publicada en el periódico El Universal.