“Olvídate de volver a correr, tienes pulverizado un disco”, me dijo hace un año el doctor luego de revisar la resonancia de mi columna mientras yo yacía en la cama del hospital casi sin moverme. “Y no es para que chilles”, remató cuando se me escurrían las lágrimas y el sueño de hacer el maratón de París con mi mujer.
Los mortales no vamos todos los días a París, es un viaje que implica sacrificios, planeación, ahorros. Es como el entrenamiento para los 42 kms, hay que levantarse temprano durante cuatro meses para ponerse en forma.
Yo ya había ahorrado y entrenado, estaba listo y… cambio de planes. Tras una carrera de preparación me lesioné y la desesperación de parar y perder entrenamientos me llevó con un masajista-milagro: “Te quita todo”, me aseguró quien me lo recomendó. Y sí, hasta la ilusión de ir a París y correr en menos de tres quince. Ya tenía yo algo, sí, pero ahí me despedazó el disco.
Tiempo atrás mi padre sufrió cinco cirugías de columna mal practicadas y, con eso de que las historias se llevan en la sangre y se repiten, no sabía qué iba a pasarme; la mente es cabrona… Por eso hay que usarla en positivo, como dice Joe Dispenza, cuya columna resultó destrozada al ser atropellado en un triatlón. Su inminente cirugía implicaba implantarle unas barras y no volver a caminar bien, pero contra las advertencias de sus médicos pidió que lo trasladaran a su casa, donde los siguientes meses se dedicó a reconstruir su columna con el pensamiento.
A mí tampoco me operaron. Después de leer su historia, decidí que me recuperaría por completo y, desde entonces, comencé a imaginar cómo mi columna se regeneraba (y lo sigo haciendo). Tardé unos días en volver a caminar, me cansaba muy rápido, mi pierna derecha se movía de forma torpe. «No es para que chilles», me repetía cuando tuve fuerzas para salir a caminar a paso suave, «No es para que chilles», y seguía, unos pasos más cada vez.
Ya en París acompañé a mi esposa por su número. Recogí el mío para guardarlo como un recuerdo. De ahí fuimos a un parque a que trotara, yo di un par de vueltas caminando, hasta que a la tercera no resistí y comencé a correr lento. Me sentía demasiado bien. El día siguiente hice lo mismo y la noche previa al maratón quise ver cómo luciría el número en mi camiseta. Lo fijé con los broches y apagué la luz.
En la mañana, en la línea de salida, mi esposa me miraba con un poco de preocupación. Me di unas palmadas en las piernas, sacudí mis condicionamientos y pensé: «Estoy en París, puedo venir cuando quiera, así tenga tres hijos o los que sean; voy a correr, rompo en pedacitos el diagnóstico del doctor y me reconstruyo aquí y ahora, a cada paso que doy. Estoy bien». Enseguida, no sé si fui yo, pero mi propia voz silenciosa respondió: «No es cosa de hacerse a la idea, es cuestión de crear con la mente», y entonces sentí por todo mi cuerpo y más adentro la certeza de que los genes y las historias se curan con amor y sueños, porque estamos hechos para cambiar. Trois, deux, un…
Nota: Acabo de leer de un astronauta que pasó un año en el espacio y al regresar, después de realizarle diversos exámenes, resultó que sus genes ya no coinciden por completo con los de su hermano gemelo. Somos un universo de posibilidades, un continuo cambio de planes en evolución.
(Aquí la secuela, lo que pasó después: Abandonar)
Columna publicada en el periódico El Universal