La semana pasada fui a ver The Brutalist. Si tuviera que resumirla en una frase, diría que es la demoledora historia de un arquitecto que sobrevive a la guerra y trata de reconstruir su vida. Me pareció maravillosa, y me maravilló también que tiene un intermedio.
Desde mi infancia no veía una película con entreacto. Me recordó aquellos años cuando iba al Cine Polanco, en la Ciudad de México, primero con mis papás, luego los viernes con amigos y, ya más en la adolescencia, con alguna niña a la que me atrevía a invitar a salir y, en una tarde de mucho arrojo, a rozar el dorso de su mano con la mía en el descansabrazos. No olvido la vez que vencí la vergüenza y entrelacé mis dedos con los de quien esa tarde se convertiría en mi primera novia.

La película dura tres horas y media y, aunque se me pasó rápido, la pausa me supo bien. Quedarse sentado sin hacer nada, viendo al infinito de la pantalla con la cuenta regresiva, puede ser hipnotizante y producir confort, más en estos tiempos donde todo debe ser aprisa, bajo amenaza de que la gente pierda la atención.
O como el domingo en los Óscares, cuando precisamente Adrien Brody daba su discurso como mejor actor principal y los de la orquesta amagaron con las primeras notas de esa angustiante música de elevador con la que apresuran y acallan a los ganadores. El señor tenía muchas cosas que decir, y nosotros que escuchar, que no cabían en los 35 segundos que les conceden.
Con frecuencia trato de convencer a mis clientes sobre la importancia de darle el debido tiempo a los mensajes, tanto en la publicidad, como en el caso de quienes desean contar su historia. Al diablo Instagram y TikTok con sus fatídicos 60, 30 o 15 segundos, lo mismo que esos anuncios de la radio en los que al locutor ni se le entiende con su velocidad de merolico. Las pausas y los silencios no son perdidas de tiempo, son muchas veces la armonía.
Recientemente, cuando mi querido amigo Jorge Jiménez visitó La Novelería, le propuse que hiciéramos un video de cinco minutos por sus 50 años de vida, para proyectarlo a sus invitados en su fiesta de celebración. Conseguí convencerlo, pero conforme lo editábamos nos dimos cuenta de que todavía no íbamos ni a la mitad del trabajo y ya llevábamos 15 minutos. Había mucho que contar: su infancia, sus padres, hermanas, amigos, el emblemático Volkswagen por el que fue conocido en su juventud; la aparición del amor de su vida, el negocio que le propuso a su padre y que casi los lleva a la quiebra; sus hijos, la partida de sus papás, su empresa, sus reflexiones y sueños.
—George, ¿te acuerdas que te dije que tu video duraría unos ocho minutos?
—No, Paquito, me dijiste que máximo cinco.
—No, no, te dije ocho, pero al final va a ser de unos 15.
Volví a convencerlo.
Confieso que, más allá de la curiosidad que me provocaba la reacción de mi amigo —pues, salvo mi esposa, nadie en la fiesta había visto la pieza y sería una sorpresa para todos—, sí me preocupaba que a la mitad la gente se distrajera, que retomaran sus pláticas o se pararan de sus mesas por otro trago a la barra.
Afortunadamente, no fue así, todos estuvieron atentos. De pronto reían y pude ver como algunos se limpiaban disimuladamente alguna lágrima. Entretanto, yo los observaba y trataba de descubrir sus gestos.
Al final se escuchó un gran aplauso y Jorge se levantó a buscarme. Yo lo estaba viendo desde mi lugar, así que enseguida fui hacia él. Cuando me encontró al lado suyo me dio un abrazo, no sólo muy fuerte, sino uno de los más emotivos y prolongados de los que tenga memoria.
“El video duró lo que tenía que durar”, pensé mientras le dábamos a nuestro abrazo la oportunidad de persistir y extenderse sin agobios ni prisas, pues sólo así se perpetuaría en nuestros recuerdos.

Si les gusta el cine, vayan a ver El Brutalista. Si son propietarios o responsables de alguna marca y desean publicitarla, no limiten ni acoten sus mensajes. Si quieren hablar de su vida, dense el tiempo. Mantengan conversaciones largas y prolonguen sus abrazos con quienes aprecien, con aquellos cuyas palabras sean enriquecedoras. Y si tienen algo importante que decir, exprésense sin preocuparse por los minutos. Darle su debido tiempo a las cosas, es otorgarles su merecida importancia.
Gracias brutales a quienes llegaron hasta aquí, al final de este amplio texto.