Cuando recién acabas de sufrir la partida de alguien a quien quieres con el alma, resulta muy fácil ponerte en los sentimientos de los que padecen una pérdida similar: la de un padre, una mamá, un carnal o, en el peor de los casos, un hijo. Los quebrantos irreparables del corazón nos hermanan.
Mi mala costumbre de revisar Twitter, desde que amanezco hasta que me devuelvo por la madrugada a la cama, me hizo enterarme del colapso de los vagones del Metro casi al instante de ocurrido. A las 22:40 horas del 3 de mayo, me encontraba cómodamente recostado, con mi charola de la cena al lado y la tele encendida. Leí la noticia, vi las fotos, videos, sentí el pesar y la desesperación, mientras pensaba en el misterio más incomprensible de todos: ¿por qué la vida nos ubica a unos y a otros en sitios tan distintos?
Apenas ayer, que fue cumpleaños de Regina mi hija, le pregunté: «¿Nos habremos escogido o será una mera casualidad que compartamos la existencia?». No lo sé, así como tampoco entiendo cómo se nos puede venir abajo la vida en un solo segundo, después de tantos años de construirla.
A la mañana siguiente de la tragedia, conocí el caso de Brandon Giovanni. Su mamá y su abuela no daban con él tras horas de búsqueda en listas, hospitales, en la fiscalía, en las conferencias de prensa de las autoridades, en sus discursos hipócritas, en la azoración. Al conocer el más triste de los desenlaces, me invadió el desconsuelo.
“Seguramente le gustaba algún deporte”, pensé con la idea de hallar una justificación para escribir en su memoria esta columna —que debe girar en torno a los deportes—, con la esperanza de brindarle consuelo a su mamá, a su familia. Busqué información para contar una posible hazaña suya dentro de alguna cancha, pero sólo di con que amaba el futbol, soñaba con viajar alrededor del mundo y con comprarle una casa a su mamá al convertirse en medico.
Imaginé, desconozco la razón, que admiraría al lobo mexicano de Wolverhampton, a Raúl, a quien el destino le dio también un duro e inexplicable golpe en la cima de su carrera.
En medio de su intermedio profesional, lo vislumbro mandando hasta Tláhuac unos jerseys de los Wolves a Bryan y a Alán, los hermanos de Giovanni. O a lo mejor es más bien el Chucky, o Chicharito, o el América o el Santos, o una constructora que les regalará esa casa prometida, porque si las tragedias nos azotan, a veces también los pequeños milagros nos redimen.
Que descanse en paz y que así sea.
Estoy en Twitter, FB e IG como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería.
Columna publicada en el periódico El Universal.