Andrés:
Luego de un año de mucho trabajo y esfuerzos, la recompensa de un viaje a la playa es toda una ilusión, una ilusión que puede convertirse en una pesadilla en cuestión de segundos cuando la línea aérea en la que vas a volar, lejos de brindarte un servicio, te genera un problema y, más allá de ofrecerte una solución, te trata de mala gana, no como si fueras un cliente, sino como si estuvieran hartos de hacerte un recurrente favor por el que nunca pagas.
Mis hijas, de 7 y 9 años, llevan trabajando muy duro desde el mes de agosto en el musical de Annie, mi hijo ama los aviones —llevaba un mes completo esperando este día—, mi esposa se la pasa de arriba a abajo todos los días del año, trabajando y llevando hijos a todas partes, en las noches acaba agotada. Yo emprendí hace justo doce meses un nuevo negocio al que le dedico más de quince horas al día y en el que me desvivo para que mis clientes y las marcas que atiendo no sólo estén satisfechos, sino para que se sientan felices y les den ganas de seguir con nosotros toda la vida. A los cinco nos urgía un escape.
¿Cómo es que Aeroméxico trata tan mal a sus pasajeros, a sus clientes?
Hoy, viernes 18 de diciembre de 2015, por fin llegó el día de nuestra anhelada vacación. Estábamos listos para la aventura y la ilusión estaba a punto de volverse realidad cuando de pronto se convirtió en una pesadilla. Tras hacer una fila de una hora para registrarnos en el mostrador del aeropuerto de la Ciudad de México, luego de expedir los pases de abordar de mi esposa y mío, la persona que nos atendió nos dio la noticia de que los boletos de mis hijos no aparecían en el vuelo 140 con destino a Puerto Vallarta. El tiempo corría, la hora de despegar se acercaba y el señor nos dijo que él no podía hacer nada porque esos temas nada más corresponden al área de boletos, a donde corrí con la falsa esperanza de que alguien me ayudaría.
En el área de boletos le enseñé a otro empleado de la aerolínea el correo de confirmación de los boletos de mis hijos y tras checar en el sistema me dijo que él tampoco podía hacer nada, sino que el asunto le correspondía a la gente de Club Premier. Para entonces yo sentí que estábamos ya hablando de tres compañías distintas, los del mostrador, los de los boletos y los de Club Premier, quienes nunca le contestaron el teléfono al hombre de los boletos, quien me sugirió, para no perder el vuelo, que comprara tres boletos nuevos y que posteriormente Club Premier me los reembolsaría. Le pregunté que si esto era un hecho y primero me respondió que sí, que por supuesto, luego que seguramente sí y después que, por si las dudas, podía acudir a la PROFECO. Total que es ahí cuando uno se da cuenta que está totalmente desprotegida y, que si no actúa rápido, esa pesadilla —que minutos antes era una ilusión— se puede convertir en una triste y fatal realidad.
Así que le di mi tarjeta de crédito, me hizo el cargo y nos llevó corriendo a los cinco a otro mostrador, donde una malencarada señorita nos dijo que ya no podíamos documentar las maletas porque el vuelo estaba cerrado y que teníamos que literalmente correr con ellas por todo el aeropuerto hasta la sala 60 para ver si de suerte llegábamos al avión. Corrimos y corrimos, mientras Lorenzo de 4 años lloraba del cansancio y Regina y Paula preguntaban con angustia si lo lograríamos. En el filtro de seguridad nos topamos con un tipo muy amable que nos dejó pasar cuando vio nuestra prisa, subimos los maletones a la maquina de rayos X y tuvimos que dejar ahí toda clase de líquidos que traíamos en el equipaje (cremas, bloqueadores de sol, mis champús Sistema GB para que no se me caiga el pelo cuando hago corajes con gente como la de Aeroméxico, aceites de mi esposa para la piel, etc, etc).
Por fin llegamos a la sala, como gitanos, con sendas maletas, y abordamos el avión donde mis hijos empezaron a recuperar la ilusión, no gracias a Aeroméxico ni a ninguna de las personas que trabajan ahí, sino a la determinación y al actuar de unos padres que, a toda costa, llevarían a sus hijos al mar, incluso en contra de las negligencias de la compañía en la que confiamos para que nos llevara allá.
Ya sentado en mi asiento les envié un tuit a @AM_Escucha y tras un intercambio de mensajes recibí pronta respuesta (de la cuarta empresa ligada a Aeroméxico incapaz de dar una respuesta coherente): Ni te vamos a reembolsar los nuevos boletos que compraste ni te vamos a subir al vuelo de regreso.
Andrés Conesa: ¿tú sí podrás ayudarme o trabajas en la quinta compañía con que me he topado el día de hoy que no puede resolver asuntos de Aeroméxico y mucho menos los problemas que causan? Mientras tanto yo, conforme vuelo a Puerto Vallarta en el sucio asiento 23 E del vuelo 140 de la empresa que diriges, se me ocurre para todos ustedes un nuevo slogan con el que, desafortunadamente, demasiada gente se identifica y que relacionan, en piloto automático, con su marca: Aeroméxico te manda a volar.
Acá todos los datos de mi reservación, cuyos cargos me confirmaron en la llamada telefónica que ustedes deben tener grabada, como dicen, para brindar un mejor servicio.