Luego de sufrir un accidente en go-kart a los diez años, Lauro Gonzalez-Moreno pasó dos años de su vida en silla de ruedas.
Tras su convalecencia, el futbol —que tanto amaba— quedó prohibido. El doctor únicamente le dio la opción de jugar tenis o de hacer natación. Fue entonces cuando encontró una vieja raqueta de tenis en el clóset de su padre. Dos años después ya era campeón nacional de dobles y subcampeón en singles.


Desde segundo de secundaria, y hasta preparatoria, sostuvo memorables disputas por el campeonato individual con su propio compañero de dobles, Nicolás Páramo Bravo, y derivado de su dedicación y persistencia en el deporte blanco, la Texas A&M University le ofreció una beca parcial para estudiar ingeniería.
Ahí conoció a Astrid Boneta Gonzalez, la mujer de su vida y madre de sus tres hijos.

Al segundo año de la carrera, Lauro consiguió que lo becaran al 100 por ciento, lo cual significó una de las mayores alegrías, alivios y el máximo orgullo para Manuel, su padre, quien poco después murió de una prolongada enfermedad del corazón.
“Siempre me apoyó. Como podía, estaba ahí a mi lado, echándome porras y ayudándome a tomar decisiones clave. Fue más que mi coach, me ayudó a forjar una mente competitiva, a no rajarme y a seguir adelante hasta el último”.
Llegado el momento de decidir si intentaría hacer realidad su sueño de dedicarse profesionalmente al tenis, Lauro fue muy sensato, miró a su alrededor, observó el nivel y la estatura de los demás jugadores —superiores a los 1.80 metros de altura— y optó por enfocarse en sus estudios, alcanzando posteriormente puestos muy importantes en destacadas empresas.

Si Lauro no hubiera encontrado aquel día la vieja raqueta de tenis de su papá, quizás —más bien—, lo habrían metido a clases de natación, y ninguno de sus hijos, Diego, Natalia y Santiago, existiría.
Probablemente, tampoco Luis Miguel habría renacido, y las presentes líneas estarían dedicadas a alguien más.
Pero, a pesar de que ninguno de ellos se dedicó al tenis, es también gracias a ese bello deporte que los González Boneta son exitosos, pues, aunque Lauro aprendió que los hijos no necesariamente tienen los mismos sueños que los padres, en su formación aplicó los mismos principios que le inculcaron los suyos y que le permitieron sobresalir en la cancha: disciplina, consistencia, educación, entrenamiento y tener junto al mejor entrenador.
“Mi papá me enseñó cómo se debe atacar la pelota y la vida, cómo verla y de qué manera responder a sus embates. Supo transmitirme su optimismo y, especialmente, que ‘querer es poder’. Ese es nuestro lema familiar, pues es cierto: si lo quieres lograr, lo puedes lograr, sea lo que sea”, me comentó Lauro.
Su relato me remontó enseguida a aquella tarde cuando nos avisaron, hace varios ayeres, que mis hijas habían sido seleccionadas entre cientos de niñas para protagonizar la puesta en escena de Annie, que duró alrededor de un año en el Teatro Insurgentes.
En ese instante asumí que todo es posible y que las cosas que son aparentemente imposibles, sí suceden, y que te pueden ocurrir a ti y a los tuyos.
De cierto modo, Regina (Annie) y Paula (Molly, la chiquitita) me ayudaron a realizar mis sueños frustrados: la actuación y el canto.
Resulta curioso cómo a veces, gracias a tus hijos, tus sueños dormidos —esos con los que no comulgaban necesariamente tus padres— se despiertan. Como en mi caso la música, que recientemente pude hacer realidad con mi más o menos nueva banda, Licenciado Sepúlveda (en la que, de hecho, en un par de canciones cantan mis hijas) . Y no descarto materializar igualmente la actuación el día menos pensado. Antes de morirme saldré en una película o dejaré de llamarme Francisco J. Koloffon.

“No me hace sentir menos que se me conozca como ‘el papá de Diego Boneta’; al contrario, me provoca el mismo orgullo que seguramente sentía mi padre en mis partidos o cuando me gané la beca completa, gracias a la cual me convertí en ingeniero. También me alegra que haya adoptado el apellido de su madre para su nombre artístico, así no carga con mi peso”.

Para Lauro, una vida de película no es solamente que Diego y Natalia se dediquen a la industria cinematográfica, o que Santiago tenga un trabajo importante en Google, “es ver cómo crecen mis hijos como personas de bien y poder disfrutar, junto a mi mujer, de los increíbles dividendos que nos va dando la vida a lo largo del camino.

Estoy en todas las redes como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.
Texto publicado en la columna “La maratón de la vida”, del periódico El Universal.