Los amigos del vapor.


¿Sobre qué temas hablarán las mujeres en el cuarto de vapor? ¿Se exhibirán completamente desnudas, cara a cara, al igual que los hombres mientras conversamos de futbol, el trabajo o la familia? ¿Se cubrirán algunas con la toalla? ¿Se rasurarán las axilas frente a todas? ¿Habrá un espejo de cuerpo completo para que se rasuren las piernas?

El vapor de mujeres

Yo soy de entrar y no hablar con nadie, menos sobre futbol. Prefiero ir a sentarme a la banca sobre una de las toallas que te da el encargado del vestidor en cuanto llegas, y perder la mirada en el horizonte o, mejor aún, cerrar los ojos. Hay quienes se sientan sobre un pequeño asientito de plástico que llevan, o los que no les importa y ponen las nalgas directamente en el mosaico. A mí me da asco eso, igual que los que, sin pena alguna, se enjabonan hasta el último rincón del cuerpo envueltos en espuma.

Sigo con mi lesión del tobillo y no he podido correr desde hace un mes que fue mi maratón. Decidí evitar cualquier tipo de impacto para ver si de una vez por todas salgo de esta, y me inscribí al club donde van desde hace años mi esposa y mis hijos, para aprovechar el gimnasio. Luego de hacer bicicleta o elíptica, además de una hora de fuerza en los aparatos, invariablemente acabo en el bendito vapor. He soñado despierto, a punto de caer dormido, de la relajación.

Vapor

El domingo entré y estaba inusualmente fuerte, me costó incluso dar la primera bocanada de aire y tosí como un novato que fuma por primera vez puro. Tal como de costumbre, di las buenas tardes y ubiqué un lugar con el suficiente espacio para sentirme cómodo. A un lado platicaban dos tipos medio curiosos, uno de alrededor de 60 años y otro calculo que de 40, ambos con el pelo largo, a media espalda, y de barba crecida. Imaginé que serían padre e hijo y que compartirían la misma filosofía. 

Sin embargo, a medida que subía la temperatura del cuarto y de su charla, mis conjeturas se desvanecieron. Ni eran familiares, ni coincidían en sus creencias. 

—A Dios no le importan ni la guerra, ni los niños heridos, las bombas o los muertos. A él le da soberánamente igual —le aseguraba el más joven, convencido de saber la verdad, sentado sin asientito ni toalla en posición de loto—. Él ni se da cuenta de esas cosas —continuó, hasta que el de más edad lo interrumpió iracundo para increpar a otro señor mayor, de unos setenta y tantos años, que se dirigía con toda tranquilidad a los lavabos del vapor para afeitarse. 
—¡Oye, carajo, por favor no abran la puerta hacia adentro! ¡Para eso hay un letrero afuera que dice “Jale”, no “Empuje”! —le espetó muy molesto al recién llegado, quien nada más se le quedó viendo atónito—. ¡Hagan paro, me cae que ya estuvo bueno, y lo digo para todos los aquí presentes! —y entre la espesa nube de vapor volteó a vernos a todos.

Jale

Yo mantuve entrecerrados los ojos, fingiendo no prestarle atención al mamarracho, conforme trataba de recordar cuándo había sido la última vez en mi vida que alguien me había reprendido. ¡Nada más me faltaba que a mis casi 49 años un zarrapastroso pretendiera educarme! ¡Ni mi papá —tan elegante él— cuando vivía! Y no tengo nada contra los de pelo largo, ni de barba al pecho, pero que no se pase de la raya. 

El ambiente se puso todavía más denso y yo sólo esperaba la reacción del señor, seguramente perplejo de que, en público y a su edad, el de la melena se hubiera atrevido a alzarle la voz de ese modo tan impropio y grotesco. Pero mejor optó por guardar silencio sin quitarle la vista, mientras aquél insistía. 

—¡Nos costó mucho trabajo que pusieran el letrero, ahora aunque sea respétenlo, caray! Es que mira —y nada más por unos segundos le bajó al tono—, cada que abren hacia adentro, entra el chiflón helado y me pega aquí —y se señaló las costillas—. ¡No sean mala onda, por favor!

El señor de pelo blanco abrió la puerta en la dirección que le indicó y, amonestado, salió por donde vino. Por su parte, el hombre zen, que tan fácilmente perdía la paz, retomó con una actitud triunfante su plática existencialista.  

Aseveró que la expansión del espíritu no necesariamente tenía que ver con la felicidad y que las soluciones se encontraban en la mente. El que parecía su vástago habló de una balanza de San Miguel, de Shiva, el dharma e invocó a no sé cuántos autores con los que el que parecía su papá manifestó abiertamente su desacuerdo. 

Shiva

—Cuéntale a tu maestro que tu amigo del vapor te dijo eso, a ver qué te comenta —trató de convencerlo el joven, quien permanecía en posición de loto. 
—Voy a decirle, pero no lo creo —le contestó con su endiosada arrogancia, a la vez que se echaba agua con la regadera de teléfono para, ya más fresco, arremeter ahora contra otro de los asistentes al cuarto de vapor—. ¿Y tú qué opinas? —lo cuestionó con su impertinencia, creyéndose no sé quién.
—Son temas complicados —concluyó políticamente el cuestionado sin ganas de enfrascarse en el interrogatorio, y recogió su toalla para marcharse.
—Cada quien se complica la vida solito —le respondió altivo, se enjuagó la cara y regresó a sus aposentos.

Yo me pare a rasurar al lavabo y, afortunadamente, el tipo no se metió conmigo, pues la verdad es que no sé cómo le habría respondido. Conforme deslizaba el rastrillo de abajo hacia arriba, de mi cuello a la barbilla y por los costados de mi rostro, no paraba de repetirme en mi interior lo invasivo y desagradable que me resultaba el personaje. 

—Esto se trata de chingar —le dijo sin pudor al del sentado de loto, cuya respuesta me dejó claro que en efecto había dicho “chingar” y no “chingarle”, como primero creí.
—Yo sé que tú eres un provocador y que esa es tu misión aquí, que eres un ser disruptivo que vino a decir las cosas como son, a pesar de la susceptibilidad de la gente —le contestó el que parecía cada vez más su hijo, adulándolo no sé con qué afán, como si acto seguido fuera a pedirle dinero—. Y me gusta porque los haces perder sus casillas y tocar sus límites, y eso ayuda a las personas a darse cuenta de sus debilidades o fortalezas —prosiguió rindiéndole pleitesía al asceta-wannabe.

“Brother, si estás tan elevado, cámbiate del lugar para que cuando se abra la chingada puerta hacia adentro te deje de pegar el fuckin’ aire en las putas costillas”, pensé y me acordé de la vez que una señora caminaba a paso lento del lado izquierdo del circuito del Ocotal, por donde se supone que deberían ir los rápidos. Un corredor muy enojado le gritó que no estorbara, que se moviera, a lo que otro corredor más tolerante y sabio le aconsejó en voz alta: «Para qué haces corajes, hermano, hay mucho espacio, muévete tú y esquívala. Venimos aquí a pasarla bien, no a echar bronca».

Parecía realmente como si el tipo estuviera sentado ahí a propósito, a la espera de que alguien más volviera a abrir la puerta en el sentido que no debía, para echarle pleito. Me recordó algunas veces que no he estado con la mejor actitud en la mesa, listo para encontrarle cualquier pero a la comida y regresarla, o al típico jefe del trabajo que ni siquiera ha abierto el archivo que le pidió a alguien de su equipo y ya está pensando en lo que va a estar mal y lo que falta. 

Soy el primer promotor de que se respeten las normas y el orden, más cuando el pasar alguna indicación por alto implica afectar a los demás, pero también soy consciente de que hay ocasiones en que podemos ser un poco más comprensivos, donde no tenemos que asumir el papel de alguacil y, mucho menos, de iluminado. Más en un jodido vapor, donde todo mundo se va a relajar y no se espera que al abrir la puerta le salga un maniático obstinado.

Todavía con algunos residuos de espuma en el rostro, tomé una última bocanada de aire caliente antes de ir a las regaderas. Con disimulo, me regalé una sonrisa en el espejo, tomé mis cosas, me eché la toalla al brazo y me despedí de los presentes:

—Hasta luego, muy buena tarde a todos —y escuché entre los demás al hombre mayor de pelo largo desearme también buena tarde, hasta que salí airoso por la puerta… 

—¡Hijo de tu madre! —alcancé a oír todavía su grito colérico conforme se cerraba la puerta, pegándole probablemente el chiflón en las costillas—. ¡Abran la puerta hacia afuera, chingadaaa! 

Estoy en FBTwitter, IG y LinkedIn como @FJKoloffon. Y trabajo en La Novelería y en Koloffon Eureka.

Texto publicado en el periódico El Universal.


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