Listo para salir a la calle, con mis entradas en el pelo, a enfrentar los 42 años, con la fortuna de que mi vida no sea una constante batalla, sino una continua misión, no por ello necesariamente sencilla. Se me han roto los dos brazos, cuando niño, un disco de la columna hace once meses, algunos paradigmas y estructuras, y he salido ocasionalmente herido por las hojas de rasurar, por algunas de papel cuando de pronto cambio de página, y por algunas cartas no contestadas en mis años románticos.
Al primer minuto del día, a las 12:01, llegó Lorenzo con sus seis años a la cama que compartodesde hace doce con una mujer que no sólo me acompaña en todas mis aventuras, sino que me impulsa. Cuando nos casamos, en mis votos de matrimonio, frente a toda la gente que nos acompañó en la iglesia, le prometí que nos ganaríamos premios. Yo siempre me imaginé, y vi claro en mi mente, algún reconocimiento internacional frente a las cámaras de televisión, con mi cara de incrédulo, porque quienes más creen son los que más suelen poner esas caras. A las 6:30 de esta mañana, Paula me dio una estatuilla del Óscar al “World’s Greatest Dad”. Regina me escribió una carta en la que me desea que este año pueda hacer lo que más quiera y que me dé cuenta de muchas cosas. Y no hizo falta que pasara mucho tiempo para eso, pues, mientras escribo este texto de cumpleaños, acabo de darme cuenta, con el Óscar en mimano, que, contrario a lo que se reza, con los hijos todo es más fácil. Luego fui a correr, hice mi ritual de cada mañana y me acordé hace como casi un año estaba en la cama del hospital sin poder moverme, llorando porque un hombre debata blanca que yo ni conocía, me había condenado a no correr nunca más.
Así que no me queda más que dar las gracias y salir todos los días que me resten de vida a seguir siendo un guerrero sin guerra, para, quizás un día, ir a recoger mi premio y decirle en el micrófono a mi familia, frente a todos los asistentes y a la audiencia de la televisión y el streaming: lo logramos.