Seguro que hay sol mañana.


Uno de mis sueños frustrados es la actuación. Lo tengo claro, tan claro como cada uno de los sueños que han ido revelándoseme y estampándoseme en el corazón en el transcurso de mi existencia bajo este rostro con el que hoy me reconozco cada mañana en el espejo. Pero seguro he vivido otras vidas y he tenido otras caras, otros nombres y otras historias, porque eso que sentí aquella vez en el escenario no fue una mera casualidad ni una emoción fugaz. Ese sentimiento debió provenir de mucho tiempo atrás, de otra época en la que, muy probablemente, vivía de los aplausos.

Tenía doce años y participé en la obra de teatro de mi escuela. Fue un montaje que rebasó por mucho las expectativas y la magnitud de cualquier representación escolar, se trató de toda una puesta en escena para la que, incluso, se ocupó un auditorio fuera del colegio, con capacidad para albergar un número importante de espectadores. Tras una rápida audición, me quedé con el papel del antagonista.

Me metí en el personaje como no me había adentrado ni siquiera en mi vida. Lo recuerdo bien, desde los ensayos yo sabía que pertenecía ahí, a ese mundo desconocido que tan familiar me parecía, donde tenía la sensación de ser verdaderamente yo. Y mientras la mayoría de mis amigos lo tomaban como una actividad obligatoria más del colegio, para mí se convirtió en una auténtica ilusión: en un sueño.

Si algo puedo presumir es que soy uno de esos afortunados a los que la vida les permite distinguir con claridad qué es lo que más quieren en el mundo y, así como a temprana edad identifiqué el sueño del teatro, a lo largo de los años he descubierto otros que sí he perseguido. No todo mundo tiene claro sus sueños, hay, inclusive, quienes no tienen uno, así que, el simple hecho de verlos es, más allá de una suerte, una responsabilidad.

Fueron solamente seis funciones, suficientes para recordar esa época de mi vida como una de las más dichosas y plenas. Al final de cada presentación el público se levantaba de sus asientos y aplaudía sin parar. Uno a uno, en orden de importancia, salíamos los pequeños actores a agradecer sus palmas. A mí me tocaba al final, protagonista y antagonista hombro a hombro. La gente no dejaba de ovacionarnos y nos hacían regresar varias veces al escenario para recibir su aclamación. Nosotros, mano con mano, les devolvíamos la deferencia con una caravana.

La última vez que cayó para mí el telón en mi corta incursión en el teatro, ya tras bambalinas rumbo al improvisado camerino, la mamá de alguno de mis compañeros, involucrada en la producción, me dijo: “Tienes que dedicarte a esto”, y de pronto un rayo de electricidad me recorrió de la punta de la coronilla a las plantas de los pies.

Lo demás es historia, sin embargo hoy, aun cuando los sueños que persigo ya son otros, esa misma descarga de energía me sacude por dentro y despierta todas mis emociones y sentimientos a unas horas de ver a Regina mi hija aparecer en el escenario, realizada, cristalizando su propio sueño y dándome la posibilidad de revivir, muchos años después ,el mío, a través de ella, porque hoy, a pesar de que mi sueño es vivir siempre de contar historias, en este instante, en este preciso segundo, soy más actor que nunca.

Y mañana a las ocho treinta de la noche será Paula la que refuerce mi confianza en que todo en esta vida es posible, todo, porque hace apenas tres meses su abuela —mi madre— les enseñó un pedazo de periódico que recortó con un anuncio que convocaba a todas las niñas de México a enviar un video en el que cantaran “Tomorrow” para acceder a la posibilidad de convertirse en una de las afortunadas “huerfanitas” de Annie.

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Ese fue el primer filtro, luego fue el casting, los callbacks, vencer el miedo, los pensamientos y la prueba final, en medio de hijas de actores, actrices y cantantes, hasta que un domingo por la mañana recibimos una de esas llamadas inesperadas que pocas veces y a contadas personas les llegan, llamadas que, de una u otra forma, te cambian la vida.

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Después vinieron días de ensayos —que todavía no terminan—, jornadas completas de ocho de la mañana a dos de la tarde en su escuela y de tres y media a veces hasta las diez de la noche, incluidos sábados y domingos. Detrás de un sueño debe haber mucho trabajo y disciplina, no tanto para que se materialice, sino para que sea consistente y perdure.

Le doy gracias a Dios, a esa fuerza contundente de la vida, y a mis hijas, quienes con su determinante voluntad y esfuerzo me dan este ejemplo que me permite experimentar en carne propia que, cuando te empeñas en lo que amas, aún en los momentos difíciles y oscuros, seguro que hay sol mañana. Yo he sido testigo de cómo la madrugada más impenetrable, en un sólo momento se transforma en un nuevo amanecer.

Y agradezco también a mi esposa por dedicarles todo su tiempo, a Lorenzo por soportar sus cánticos todo el santo día, a mi mamá por ese recorte del periódico y a toda la familia por ser el público incondicional de Regina y Paula en todas las obras de teatro que han montado en nuestra casa y en las de sus abuelos.

Esta maravillosa oportunidad ya abrió una puerta: la de mis mejores recuerdos. Ahora, que se abran muchas, especialmente las que las conduzcan a mis hijas adoradas a su camino.

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Seguro que hay sol mañana was originally published on FJ KOLOFFON


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