Los sueños que he convertido en realidad.


 Sólo hay una persona que ha confiado ciegamente en mí, la misma que ha dudado hasta la angustia: yo. Y recientemente, cuando esto último ocurre y la desconfianza me abruma, mejor oriento mi mente hacia mis grandes hazañas y recuento los sueños de mi vida que he convertido en realidad. Es una buena terapia rememorar los grandes logros y una forma de reconectarse con lo posible. Precisamente hace unas semanas mi maestra de musicoterapia me confirmo esta teoría mía y me sugirió que la practicara cada que sintiera un embate del miedo, que no es sino pensar mal de lo incierto.

Lo único seguro es que cuando he deseado algo con todo mi corazón y me he empeñado en conseguirlo, !abracadabra!, sucede. Entonces, pienso, sí debemos tener ciertos poderes, claro que existe una ley universal para los auténticos deseos —esos que te estremecen el alma en el instante que los visualizas—, misma que se activa a partir de la acción.

Esa es una manera efectiva de distinguir los deseos realmente puros, si vibran en el corazón, así sabes que se trata de un verdadero sueño. Eso me pasó por primera vez relativamente chico, en sexto de preparatoria, aproximadamente a los quince años. En el colegio montamos una obra de teatro, ensayamos prácticamente un semestre completo para presentarla a fin de curso y a mi me tocó el papel antagónico. Daríamos dos días de funciones, por la mañana a alumnos y en la noche las estelares abiertas al público en general. Sin duda se trató de uno de los acontecimientos culmen de mi vida entera, me entregué en cuerpo en alma a los ensayos, la pasión se apoderaba de mí y previo al estreno sólo vislumbraba en mi cabeza lo que aquello sería. Imaginaba los aplausos, los vítores del público, los “¡bravo!” y los ¡urra! Y en cuanto se realizaron, en sincronía con la ovación, muy adentro de mí estalló el júbilo, un sentimiento inigualable, una pertenencia al escenario, unas ganas de nunca bajarme mientras yo estaba ahí parado junto al protagonista en medio de los aplausos eternos de la gente, entre los que sobresalían los de mi papá, mis hermanos y los gritos orgullosos de mi madre en primera fila. Todavía los escucho. Esa memoria se la debo a mi desde entonces amigo Jorge Ferraez, entonces director de la puesta en escena y hoy director de la revista Líderes Mexicanos.

Un día figuraré en el reparto de una película, es un sueño pendiente que guardo como un tesoro.

A los veintidós años, cuando trabajaba de abogado en una firma trasnacional, de igual modo me emocionaba hasta las lágrimas el imaginarme en escenarios como el cantante de una banda de rock. Todo el día fantaseaba, me la vivía soñando, en el coche, en la cama, en los salones de clases, donde fuera. Me sucedía como a Walter Mitty.

Con todas mis fuerzas quería ser músico y convertir en canciones esas increíbles tonadas que me llegaban de la nada. Varios años después, viviendo en Madrid, me atreví a responder un anuncio clasificado en una página de internet en el que una banda buscaba cantante. Cuando probé lo que era componer melodías de voz sobre su música, experimenté una de las mayores certezas de mi existencia.

Así se escucha “Lonely Soul on the Run” de Los Samsara Aliens en la Sala Arena de Madrid en 2001: https://soundcloud.com/f-j-koloffon/lonely-soul-on-the-run

Ahí mismo, en la Sala Arena, días después escuché por vez primera a La Habitación Roja y pensé: “a estos tienen que conocerlos en México”. La mañana siguiente di con su disquera y les propuse lanzar su siguiente disco en mi país. Por aquella época no tenía idea de lo que significaba editar música o promocionar grupos, pero realmente anhelaba hacerlo, más cuando escuché “Chemical Lovers” de El Columpio Asesino, otro grupo del catálogo de aquel sello musical, una joya que debía brillar por acá.

A los pocos meses, cuando no me quedó otra que regresar al DF, me convertí en disquero y traje de gira a ambos grupos. Posteriormente, bajo el mismo sello, Astro Discos, un año más tarde lancé mi primer y único disco a la fecha, que compuse y grabé con mi queridísimo amigo Raul del Alto, también del club de los soñadores y exabogados, y que fue precisamente el soundtrack de mi primer libro: “El astronauta terrestre”.

Comencé a escribir a los veinte años, a escondidas, porque me daba pena que la gente supiera. Y sobre todo que les fuera a dar curiosidad leerme porque hablaba de cosas muy íntimas, por ejemplo de la razón por la que empecé a escribir: el amor. La timidez me impulsó a mandarle un correo anónimo, bajo el pseudónimo de Ario Epílogo, a una mujer que me encantaba. Para ocultarme aún más, incluí a otros destinatarios en la misiva electrónica, con la única intención de ella lo leyera para averiguar si mis palabras de algún modo la tocaban. Ella nunca contestó, pero sí otra persona, quien se volvió mi entrañable amiga, Alexandra Borbolla.

“Lo que escribiste me ha impactado profundamente” respondió y en ese preciso segundo me convirtió en escritor. A partir de ese momento supe que no quería dejar de escribir nunca, que deseaba impactar —no presuntuosamente sino justo en lo profundo— a más gente. Desde ese día escribí, escribí y escribí y fue precisamente esa historia la que se materializó en mi primera novela, con la que soñé desde ese primer correo y la que publiqué en 2005, en una presentación con todo y concierto incluido.

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Por aquella época ya me había transformado en músico, en disquero, en escritor y poco a poco se desvanecía mi personaje de abogado que nunca quise ser. Había sido toda una conquista y mi maestra de musicoterapia, a la que conocí en esos tiempos, constantemente me lo resaltaba. Me decía en secreto que yo era una especie de mago.

—Aprovecha tus dones, tienes una mente muy poderosa —aún ahora me insiste—, cuídala eso sí, porque puede atraer cualquier cosa que pienses, cualquiera, y así como es capaz de abrir puertas y caminos, también puede bloquearlos. Cuando te traicione guíala de vuelta a estos terrenos de lo mágico y reconcíliala con lo posible, con la magia, con todo lo que has convertido en realidad.

Voy de hecho a regresar rápidamente al soundtrack de “El astronauta terrestre”. Las canciones son muy buenas, aunque mi voz fatal, pero lo importante de ese disco es su trascendencia en mi vida. Fue el pretexto perfecto para enamorar a la mujer de mis sueños, Mayu Arredondo. Desde que me reencontré con ella, porque la conocí antes en el mismo despacho donde Rulo del Alto y yo trabajábamos, me imaginé a mis hijos, rubios, amorosos, sonrientes. La invité a cantar los coros, deseaba vivir para siempre con ella.

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Son ya varios sueños los que he cumplido, todos muy importantes, aunque unos han crecido más que otros.

Luego me convertí en publicista. Los discos no producían dinero —y todo el dinero que generarán los libros tardará un poco, sólo un poco en llegar—, así que después de enterarnos que Paula, la segunda, venía en camino, decidí buscar un trabajo formal de 9 a 6. Siempre me gustó mucho la publicidad, creía que al fin y al cabo se trataba de contar historias, que es lo mío. Pensé en distintas alternativas y busqué nombres en mi directorio. Una mañana llamé a mi amigo Steven Saide, quien acabó por invitarme a hacerme cargo del área de publicidad de Bancomext. Mi creatividad ahí estaba, pero me apanicaba la burocracia y lo administrativo. Anhelaba ser un publicista, aunque tenía miedo. Me sorprendió la confianza de Steven, a quien hoy todavía le agradezco.

—Las personas no damos oportunidades nada más porque sí, algo tenemos que ver o sentir en el otro para confiarles lo que sea —me dijo mi maestra—. Algo vio en ti.

En Bancomext hice campañas durante seis años exactos, conocí amigos extraordinarios y mucha gente valiosa. El último año corrí ahí mi primera carrera de cinco kilómetros, quedé en segundo lugar y a partir de que crucé la meta me volví un corredor más enserio, me inscribí a diferentes carreras y entrené hasta que convertí en realidad otro grandísimo deseo: mi primer maratón. Correr es vital para mí, me lleva a estados místicos, a profundidades que únicamente había alcanzado con la meditación. Corro para alcanzarme, corro para perseguir mis sueños.

Entretanto escribía mi segunda novela, “El trompetista”. Cuando edité la primera vislumbraba muy lejano publicar otra, de hecho, tardé casi un año en encontrar la trama. Una mañana desperté, tal cual, con el principio y el final. La inspiración había regresado pero me preocupaba ser incapaz de lograrlo otra vez, ¿y si la primera había sido una vil casualidad? Nuevamente, pensaba mal de lo incierto, el miedo al futuro, el vicio mental del “y-si”. Easy, brother, easy.

En su respectiva banda sonora incluí la última canción que he compuesto y cantado, mi favorita: https://soundcloud.com/f-j-koloffon/todos-hemos-querido-ir-al-mar

Mi última etapa en el Banco me sirvió para prepararme para mi salida. Quería emprender mi camino, dedicarme todo el día a escribir, a lo mío, a poner en letra la vida de las personas y a contar historias para las marcas. Estaba bastante harto y soñaba con el momento de entrar a MI oficina y hacer MI trabajo. Entonces llegó la mala del cuento, la bruja de la película, una de esas  malévolas arpías que hacen sufrir a las princesas y a los príncipes, aunque en realidad los obliga a sacar lo mejor de sí para alcanzar la redención y ganar la más dura de las batallas, la propia, porque, como dice Lalo López, a todos nos toca luchar por algo.

Salir de la esfera de proveeduría y protección de un patrón tan generoso o, incluso, de la de los padres, es muy paradójico, por un lado te sientes desprotegido y por el otro libre. Sin embargo, es cuestión de tiempo para que caduque el hechizo y subsista únicamente lo que sirve: la libertad, el cambio, la transformación, las posibilidades, lo nuevo, lo grande y lo que auténticamente te mueve.

Uno de esos maravillosos amigos que me dio el Banco fue Carlos Arnaus. Cuando Carlos se enteró que ya estaba por mi cuenta me invitó a comer y me dijo: “Olvídate de lo demás, concéntrate en el storytelling, te va a dar para toda la vida. Nada más chíngale”. De inmediato surgieron miles de ideas en mi cabeza, en mi corazón. Abrí, por un lado, La Novelería, donde nos dedicamos a escribir historias a la medida para todo aquel que quiera plasmar su vida en su propio libro. Y por el otro, inauguré mi propia boutique creativa, Koloffon Eureka, dedicada a las marcas. Nacieron sueños, se activo mi intuición, la osadía, el arrojo, la astucia y cierta clarividencia que me ha permitido convencer a algunos clientes de que la única manera para que construyan vínculos emocionales con su audiencia y su público objetivo es generarle emociones y despertarle sentimientos a través de historias como ésta que creamos para Chivas.

Ha sido duro, pero hemos crecido. Hemos abierto camino, hemos asociado grandes historias con grandes marcas, hemos hecho realidad muchas ideas.

Hemos inspirado a mucha gente, a muchos mexicanos, a muchos soñadores.

Y todas las mañanas deseo con el corazón y pido con todas mis fuerzas que la inspiración siempre se mantenga aquí, que nos encuentre trabajando, que crezcamos, que los clientes confíen, que trabajen aquí los mejores creativos, los más espontáneos, los más auténticos. Que la convicción nos expanda, que grabemos muchas piezas para infinidad de marcas que transmitan mensajes que nos ayuden a ser mejores.

Y cada que se apoderan de mí el miedo o la desconfianza, porque esos nunca te abandonan del todo, recuerdo estos momentos, cada uno de los sueños que he convertido en realidad. Rememorarlos me permite tener claro que cada vez que cometo una locura que me hace sentir libre, algo realmente increíble ocurre, algo fuera de lo común, algo mágico, algo que a ojos de cualquier persona que no crea en la magia parecería imposible. Y quizás me convendría tatuarme la frase de la portada de “El Trompetista”, como se la tatuó una valiente lectora.

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Los sueños que he convertido en realidad was originally published on FJ KOLOFFON


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